Las heroínas anónimas de la Batalla de Boyacá

Mahatma Gandhi hablaba de sí como un héroe bien particular, débil, muy tímido rayando en la insignificancia. Aun así sugería que si bien representaba casi como un antihéroe, ¿Qué resultaría si todos nosotros, siguiéndolo a él como modelo, aunáramos fuerzas en pro de una causa?

La guerra de nuestra independencia representó un encarnizado teatro de operaciones militares en las que dos bandos, más o menos bien definidos, luchaban por conseguir el ideal de una América Latina libre del yugo español.

Retumban los nombres y grados militares de Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Carlos Soublette, José Antonio Anzoátegui, pasando por un poco menos conocidos como Pedro Pascasio Martínez, Fray Miguel Ignacio Diez y el soldado raso Salvador Salcedo quien fuese el primero en cruzar el puente sobre el río Teatinos cuando la vanguardia realista se hallaba atrincherada al otro lado del río.

¿HEROÍNAS VISIBLES?

También las hubo y de una trascendencia a toda prueba, tal como lo hace ver Emil Ludwing, biógrafo de Bolívar, quien afirma que una “América libre” no hubiese sido posible sin las heroicas y apasionadas por la causa libertadora se asociaban a su manera hasta ser las pioneras en llevar la sublevación a la calle, o en entonar himnos patrióticos, o acompañar a sus esposos al mismísimo campo de batalla.

Hemos aprendido de nuestra historia de féminas como Antonia Santos, Policarpa Salavarrieta, Manuela Beltrán o Manuela Saenz, entre muchas, quienes siguiendo sus principios personales y patrióticos empuñando un fusil por la causa criolla.

Policarpa Salavarrieta.

Antonia Santos, fusilada el 28 de junio de 1819. Heroína de gran ascendencia política y social de la provincia del Socorro.

Manuela Sanz de Thorné. Fiel y apasionada compañera de Bolívar, mejor conocida en nuestra historia como la “Libertadora del Libertador.

Pero hubo un puñado de mujeres anónimas cuyos nombres poco o nada nos dicen o recuerdan.

Esas mujeres, casi siempre de extracción campesina, dedicadas por generaciones a las labores propias de labranza, la cría animales de corral y uno que vacuno o bovino. Esa abnegada dama que tejía, cocinaba y se ocupaba de su esposo o compañero y de su prole.

Casi siempre analfabeta pero consciente de que la tierra en que vivieron sus ancestros, a la cual se encontraban arraigada y dispuesta a defender lo que era de sí, debía hacer sus sacrificios y aportes valiosos a la causa libertadora.

Es esa misma mujer que jamás vaciló en entregar a sus hijos al ejército patriota a sabiendas que morirían en cualquier batalla, para que, en su nombre, el de su familia y de su terruño fuesen el aporte valioso al llamado de Bolívar, o quien a su nombre pidiesen ese importante sacrificio.

¿Quién se acuerda de Estefanía Neira de Eslava, Estefanía Parra, Genoveva Sarmiento, Inés Osuna, Ignacia Medina, Juana Ramírez, Juana Velasco de Gallo, María de Los Angeles Avila, Presentación Buenahora, ¿o Teresa Izquierdo?

Agustina Fierro. En la ciudad de Ocaña, donde se gestaron los primeros fuegos emancipadores, esta criolla se unió a la resistencia patriótica contra la guerrilla realista de “los colorados” y ayudó a la fuga del general Figueredes.

Juana Velasco de Gallo. Entregó a sus dos hijos para la gesta libertadora. Además compró y diseño las camisas para los 2 mil soldados que lucharon en la Batalla de Boyacá. Bolívar se inspiró en esta mujer para hacer la llamada proclama de la mujer.

Son nada más y nada menos que algunas de nuestras heroínas anónimas, de humilde extracción quienes sirvieron a la causa de la libertad ya fuese como espías, proveedoras de alimentos y refugio para las tropas, informantes o correos, e incluso como tropa regular, y finalmente se convirtieron en mártires al ser fusiladas a causa de su compromiso con la patria.

Seguramente ellas no alcanzarán ni el podio ni los laureles de los héroes visibles, pero con un granito de arena fueron un apoyo fundamental en una época definitiva para nuestra historia.

 Cuando se honren este nuevo siete de agosto no habrá una distinción para sus descendientes, si lo hubiera.  No habrá un óleo, unas líneas en que se mencionen su valentía, su arrojo y su labor.  Solo en nuestras mentes retumbarán por una sola vez sus nombres y su relación con el hecho histórico que hoy nos ocupa.

Ante todas ellas hacemos un digno reconocimiento por su magna participación.  Fueron amantes, cocineras, informantes, costureras, enfermeras o lo que la situación bien le reclamase que fuese.  Romain Rocha nos recuerda que un héroe es aquel quien hace lo que puede por la causa, no con el ánimo de figurar sino servir a un propósito noble.

 Cuando se conceden medallas luego de una guerra seguramente mueren cien o más héroes anónimos y allí están nuestras heroínas puestas de un segundo plano.

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