Los superhéroes están en la tierra

Por: Tata Sánchez Oviedo @tasao1008

Desde pequeña, he sentido que Dios me ha premiado con el don de la escucha, desde que tengo uso de razón me ha fascinado escuchar a la gente, saber como piensa, por qué actúa en cierta forma, etc. Como si tuviera una psicóloga en mi interior que me permite a mi parecer, identificar la calidad humana a través de cada una de las historias que me cuentan. De muchas que sé que pueden gustarles, me he permitido sacar a la luz, una historia que escuché rumbo a casa después de acudir a una entrevista de trabajo. Es la de un hombre al que le tocó salir adelante, con sus dos pequeños hijos y al que llamaremos Ernesto para no revelar su identidad.

Ernesto trabajaba haciendo turnos de guardia, en un prestigioso hotel de la ciudad de Santa Marta, vivía con su esposa la que llamaremos Estella, su hijo mayor de cuatro años y el menor, un bebé de seis meses. Cuando el bebé cumplió ocho meses, Estella cansada de que Ernesto no pudiera tenerla como una princesa, pues ella muy temprano se habría ido a vivir con él, nunca estudio, ni sabía atender el quehacer del hogar. En un ataque de desesperación, a la media noche dejó a los niños en la puerta del hotel donde laboraba Ernesto y se marcho en busca de una mejor vida.

Uno de los guardias, compañero de Ernesto avisa que en la puerta del hotel, se encontraban llorando desconsoladamente un niño y un bebé, pronto se aglomeraron los aseadores, recepcionistas y guardias a ver el estado de los pequeños, mientras se cuestionaban sobre las razones que pudo haber tenido aquella mujer que allí los abandonó. Todo se imaginaba Ernesto menos, que esos dos pequeños fueran sus hijos.

Tomada de Internet

Caía la noche y ahora eran tres hombrecillos los que lloraban, uno de ellos en silencio, sin comprender las razones por las que esa mujer tomó aquella absurda decisión. A eso de las 5:00AM después de haber pasado el rato en el cuarto de descanso de los trabajadores, Ernesto toma a sus pequeños y se marcha a casa en un autobús.

Al llegar al pequeño apartamento, nota que la ventana no tenía la cortina azul que siempre la cubría, inmediatamente se dio cuenta que Estella, aparte de todo, se había llevado consigo toda y cada una de las cosas que con esfuerzo habían conseguido. Ernesto, completamente destrozado saca las llaves de su mochila y entra al lugar, cada paso que daba resonaba en eco por todo el apartamento, él no sabía qué hacer ni a quién acudir, al parecer hasta la misma familia te da la espalda en los momentos que menos los esperas.

Sus compañeros lo ayudaron con cobijas, platos, teteros, ropa y demás pero, más temprano que tarde le tocó buscar otro empleo que le permitiera cuidar de sus hijos (Bañarlos, alimentarlos, educarlos, formarlos, dormirlos, despertarlos para la guardería, etc.) algunos me entenderán bien a lo que me refiero y el esfuerzo y paciencia que se necesita para lograrlo.

Pronto llegó el cumpleaños del bebé, empezó a caminar, ya podía ir a la guardería con su hermanito y por extraño que parezca el niño mayor, que ya tendría cinco años, nunca, pero nunca más, volvió a preguntarse por su mamá, como si desde un principio hubiese entendido lo que pasó aquella noche.

Con trabajos temporales aquí y allá se fue haciendo un líder, fue aprendiendo de cada experiencia, mientras sus hijos crecían, felices y estables a pesar de toda adversidad. En muchas ocasiones, los jefes de Ernesto le pidieron que entregara a los niños, así él estaría un poco más holgado de tiempo y podría trabajar mucho más y llevar una vida económicamente estable. Ninguno de ellos tenía conocimiento de que lo único que a Ernesto no se le había pasado por la mente, era entregar a sus hijos.

Llegaron los 16 años del hijo mayor de Ernesto, a mediados del 2018, ya no era un niño, ni vivían en el pequeño apartamento de aquel entonces. Momento en el que llego a entregarle al señor Ernesto una hoja de vida para ver si aplicaba para trabajar en su empresa. Después de darme la entrevista me dijo, ¿te sirve la ruta de la Avenida Libertador? -Sonriendo le contesté que sí y me monté a su camioneta donde charlando sobre los temas de la vida, sin conocernos mucho me dijo, -“es que la vida no es fácil” con los ojos ‘enguarapados’ como dice uno acá en la Costa me dijo: – te voy a contar una historia y no me la vas a creer.

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