Carta abierta a Álvaro Cotes Vives

Por: Elkin Leandro Carbonó López

Cordial saludo.

Leía al filósofo Ken Wilber, autor de un libro fascinante: Trump y la posverdad, que explica con rigor cómo las olas del populismo barrieron al Reino Unido impulsándolo hacia el brexit y cómo la puntualidad de los británicos fundió a nacionalistas y a extremistas en un solo momento histórico.

En ese instante, cuando acariciaba las pasiones del final de la obra de Wilber, entró a mi teléfono móvil un video artesanal en el que usted lucia sudoroso e intranquilo en una cocina moderna llena de nuestra comida típica y en plenitud de cocción. Aquello parecía un desayuno.

El contenido de la pieza audiovisual me dejó perplejo y retraído. Y debo confesarle que me sacó de tajo de mi devocional momento de lectura y de mis nuevas angustias provocadas por el caudal de información relacionada con la hegemonía que impone el coronavirus y su inefable inventario de contagios y muertes.

Desde mi carga subjetiva y por la construcción de mis modales, siento que no es para menos: usted riega afirmaciones que por un lado hablan de su tradicional valentía y por el otro, retratan la impotencia que resulta de la derrota a manos de la mentira.

Don Álvaro, la intención de mi escrito es clara y directa pero sin renunciar a mi consuetudinaria sintaxis: Y es que pese a reconocerle gallardía, fuerza escrotal y mucho valor, mi llamado es a que entienda, por lo menos una vez en la vida, que el adversario de sus citas no es un rival corriente.

Le estoy hablando del doctor Carlos Eduardo Caicedo Omar, a quien paso a describirle después de conocer de su primer círculo de adulación y miedo, la clase de ser humano que es. Y me anticipo: si después de describírselo usted insiste tozudamente en defenderse sin esquemas ni estrategias contempladas en la comunicación no violenta, será entonces su siniestro, pero yo habré soltado por fin, los nudos pedagógicos de esta asignatura pendiente.

El doctor Caicedo, es un practicante consumado del hijueputismo universal según la más reciente investigación del fisiólogo celular Marcelino Cereijido, quien explica en su obra: Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, donde profundiza sobre esa conducta humana y cómo el uso del término no es vinculante con las madres. Es más bien un acercamiento científico a los orígenes de la maldad, tal como lo expone el autor.

Sepa también y no lo olvide jamás, que el doctor Caicedo es alejado de convencionalismos, es analítico, apegado a lo estratégico y siempre tiene listo un plan b y todo lo sabe combinar y ejecutar a la perfección valiéndose de grandes ejércitos digitales, como se requieren hoy, seleccionados con ojo clínico, adiestrados a punta de cogotazos con bajas o altas subvenciones según su propio rango. A todos los instrumentaliza, sin permitirles crecimiento material ni mucho menos espiritual. Los ha armado hasta los dientes con herramientas digitales y modernas, obligándolos a cumplir al pie de la letra, libretos de profunda ficción, que luego transforma, con soterrado y mágico cinismo, en respaldo popular. Él y sus buenos amigos, son procaces e impúdicos, si las necesidades del momento exigen serlo; son fanáticos y fundamentalistas a cambio de poco, o de nada en algunos casos.

Don Álvaro, le recuerdo que en el proyecto del Doctor Caicedo no concursan los valores, ni los postulados de la profesora Adela Cortina, sino la autocracia en cabeza de él y que lo que haya que hacer, se hace con tal que la mentira, el cinismo y la desvergüenza parezcan democracia y hagan parir triunfos electorales para luego ejercer mandatos y subordinar presupuestos públicos.

Viva estos días de reposo obligatorio y examine con esmero por qué Caicedo y su áulica artillería digital son capaces de contratar, invertir y posicionar falsos resultados de encuestas que incluso no respetan pinta en épocas de pandemia y que son el residuo de enfermizas conductas cínicas que sin sonrojos afirman que el tipo es campeón en atención a población empobrecida y ahora hambrienta en medio de este encierro bíblico y biológico.

Sepa que eso no proviene de la filantropía del medidor ni de la gratuidad de la industria que maneja la cosmetología de la política. Pero si usted no logra dimensionar el tamaño de esa carretilla, imagínese eso sí las caras de Petro y Claudia López que han hecho de tripas corazones para ser realmente mejores. Hasta allá llega esa vanidad, querido Álvaro.

Entenderá que no será usted a punta de huevos, butifarras y bollos de angelitos, quien le arrebate con buenas intenciones el ambicioso, colosal y maquiavélico proyecto al doctor Caicedo que tanto le ha costado pensar y sostener así sea a costillas del esfuerzo doloroso de los mamertos de turno.

Finalizo este escrito algo extenso y público para sugerirle lo mismo que le sugerí en aquel confortable restaurante al norte de Manizales donde casualmente le vi recientemente y donde de paso le dije: Don Álvaro, siga atendiendo sus empresas y prepare más desayunos para su gente que tanto lo quiere. Dedíquese a sus hijos y a su esposa que lo necesitan vivo.

Subir