Resiliencia mecanismos para superar el sufrimiento y la perdida

Por: Jorge Armando Beleño Crespo

El 12 de abril de 2020 en este mismo diario digital publiqué un artículo llamado “los últimos días de la nación colombiana”. Aquel era un llamado de atención perturbador, una invitación a la reflexión, convidaba a la toma de conciencia en tanto que nos enfrentábamos al virus más mortal de nuestra generación y, que para hacerle frente debíamos procurar el autocuidado porque las gestiones de los gobiernos serían insuficientes ante la realidad. Debo reconocer, con ánimo optimista, que el panorama imaginado no ha sido del todo cierto, no hay muertos apilados en las calles, la criminalidad en las ciudades obedece a las mismas causas y no al virus, aunque la desigualdad social, la indiferencia y antipatía social continúan sostenidamente en el temperamento de las personas.

Sin embargo, en este presente hasta el 22 de enero de 2021 han fallecidos 50.586 personas, una media de 168 personas que diariamente dejaron de existir. He tenido que despedir a familiares, amigos y conocidos con un dolor inmenso, con esa sensación de vacío perenne que suspende la vida y te deja al refugio del frío asfixiante de la depresión y del sufrimiento. El coronavirus no solo presenta el lado más vulnerable de la carne, sino también la fragilidad de la mente, lo vulnerable de las emociones y la salud mental.

En este contexto de salud pública conviene hablar de resiliencia, un término del que todos tiene que decir, pero no le es fácil explicar, porque, así como se aprende amar, a construir los lasos de apego a través de la socialización, la resiliencia también es un aprendizaje dispositivo que se adquiere en la interacción y socialización entre humanos.

El neurólogo y siquiatra Boris Cyrulnik nos da la definición más sencilla posible respecto al concepto de resiliencia, nos explica él “resiliencia es el inicio de un nuevo desarrollo después de un trauma”, de modo que, este complejo procedimiento es el mecanismo que nos conduce a salir de mejor forma del transe de la pérdida de familiares o cualquier otra experiencia traumática en la vida. No obstante, lo verdaderamente intrincado de la resiliencia es descubrir las condiciones que la permiten: es decir la segurización, la recuperación, las relaciones e interacciones y la cultura. De este modo, las características de una persona resiliente son directamente proporcionales a la construcción de la personalidad. Es decir, los materiales emocionales y vitales de los que está hecho la persona, el cómo lo han construido y cómo se está construyendo y deconstruyendo así mismo, las improntas bilógicas y de socialización que recibe desde el periodo de gestación, nacimiento y crecimiento que lo fortalecerá individualmente; por tanto, si esta persona logra desarrollar dichas habilidades, en un contexto social y familiar adecuados, sabrá enfrentarse de mejor manera al sufrimiento.

Propiamente, con esta explicación estamos hablando de la resistencia humana, pero solo cuando una persona a pesar del trauma inicia un nuevo comienzo estaríamos hablando de resiliencia; dispositivo profundo intrincado en la interdependencia de lo individual y lo social, de las redes sociales y familiares, entornos protectores antes y después del trauma. Entonces, la etapa más importante para la construcción de personalidades resilientes es la infancia, momento en el que al niño hay que trasmitirle seguridad, crear espacios de protección y afecto en los que se sienta seguro, querido y protegido. Pero, antes del nacimiento en este proceso de construcción se debe dar seguridad a la madre también, el desarrollo neuropsicológico del feto tiene un valor importante en este proceso.

En consecuencia, la protección a la madre gestante consiste en atenuar todos los factores de riesgo que posibilitan el sufrimiento y la depresión: violencia y precarización económica; de forma que, si la madre está segura ella transmitirá esa seguridad al niño.  En atención a lo cual, la construcción de la personalidad resiliente tiene factores individuales y colectivos que se complementan en la simbiosis de biología y cultura. No quiero decir que sí nuestra habilidad de resiliencia es limitada para afrontar el sufrimiento en la adultez estaríamos desorientados ante los sucesos traumáticos, lo que intento señalar es que, la resiliencia es un aprendizaje permanente en la vida de las personas, depende de los factores internos y externos de los individuos inmersos en contexto sociales y si tales entornos son adecuados posibilitan su desarrollo, harán aparecer personas con caracteres para salir del transe.

En suma, lo que nos sobreviene en este contexto histórico de pandemia, de perdida de seres queridos, de personas que padecen enfermedades terminales y/o degenerativas, familiares sufrientes por personas enfermas es que, los gobiernos se fijen metas en estrategias psicosociales de afrontamiento de la tragedia, sensibilizar a las poblaciones respecto a la salud metal, al manejo de las emociones, proporcione herramientas para emprender el viaje profundo a la conciencia individual, que ayude a restaurar procesos de empatía y solidaridad entre los semejantes, porque la salud mental también es relevante en la seguridad y la convivencia, la prevención del suicidio y la depresión de afrontamiento de la vida.   

Subir