|OPINIÓN EA| Tirano sin escalas

Por: Sebastian Narváez

Dar de baja a la Procuraduría General de la Nación es declarar la democracia en absolutismo. Razones hay muchas. Es longeva, monárquica, y drena los bolsillos de los colombianos. Sin embargo, ninguna de las anteriores detenta el peso suficiente para que la institucionalidad sea amenazada en rigor. Tampoco podemos esperar menos de alias ‘Aureliano’: populismo, tiranía y totalitarismo son las palabras que mejor definen su carácter político. Este momento en la historia de Colombia revela la esclavitud del siglo XXI, todos arrodillados al gran tirano bajo el pretexto de la ‘reingeniería institucional’. Con frecuencia se confunden los términos reformar y eliminar; todo en este Estado putrefacto se debería reformar si a eso vamos, pero sustituir el balance de poderes no converge en disminuir el poder mismo sino en entregárselo en mayor cantidad a quien delira con él, Gustavo Petro.

Antigüedad y costo. Estos dos factores usualmente nos ayudan a determinar todo aquello que debemos eliminar de nuestra vida. Si la premisa se cumpliera en su totalidad, si elimináramos las cosas por viejas o costosas, con seguridad el abuelo no seguiría con vida. Así funciona el Estado y la falacia colectiva que con ligereza aceptamos, que las instituciones se deben eliminar por estas dos razones. ¿Cuántas instituciones cumplen con esta premisa? En efecto, ¿Deberíamos eliminar todas las instituciones? No sabemos qué será de las Fuerzas Militares de Colombia bajo este postulado si primero hubo ejército que república y sin él no existiría ella. Tampoco vamos a creer que el nuevo gobierno, precursor de un Estado que acapare todo, ha empezado un acucioso programa de austeridad; por favor no a la ingenuidad.

Los tres principios de contexto bajo los que se rige la Procuraduría General de la Nación son: prevenir, intervenir, disciplinar. La propuesta de valor de estos políticos populacheros es que tras su eliminación esta entidad pase a ser dependencia de la Fiscalía General de la Nación, algo así como una Fiscalía Anticorrupción atendida por burócratas. Lo curioso es que la rama judicial, politizada por esa misma burocracia, no cumple funciones naturales de prevenir o controlar. Esto se llama la sustitución de poderes. Es así como grandes democracias se han convertido en eternas dictaduras. El poder es como la materia, no se crea ni se destruye, solo se transforma. Se reparte de menos a más dependiendo el nivel de autocracia del gobernante. Sin duda sumarle 4.000 empleados y 2 billones de pesos hará de la Fiscalía una institución más burocrática, corrupta y lenta; vehemente de recibir coimas y cuotas políticas.

Tres caminos para el dictador. Un acto legislativo, un referendo constitucional o una asamblea nacional constituyente. Según la Constitución solo así puede el tirano eliminar las entidades que le ejerzan control sobre él. ¿Algún patrón para destacar? El socialismo del siglo XXI ha buscado la sustitución de poderes bajo el pretexto de lo que nadie ve, entre líneas los intereses más oscuros detrás del poder. Aquella esclavitud sosegada llega a través de la asamblea nacional constituyente que desequilibra el poder de la democracia haciendo uso de la letra menuda. Hoy es la Procuraduría, mañana la Contraloría, en un abrir y cerrar de ojos tenemos un nuevo artículo para la reelección. Con un Congreso arrodillado a los deseos de su majestad, ansioso de las migajas de un gobierno paternalista, seamos todos bienvenidos a una nueva época totalitaria de ‘reingeniería institucional’, de dictadura.

La era de cristal sataniza el control, otra falacia colectiva, asumir que el control es malo. El control es determinante y no existe tal cosa como el exceso de control. La confianza y el control no son sustitutos, una no elimina la otra. El control construye confianza y asimismo la finiquita. A su vez el exceso de confianza se llama falta de control. Tras el juramento de un compromiso, quien reniegue de ser controlado no debe advertir nada bueno de cara al futuro. Aquel principio de el que nada debe nada teme. Así nació la idea de acabar con la Procuraduría, un discurso populista que invita a confiar con los ojos cerrados, sin control, como si el nuevo gobernante tuviera las características de un mesías. ¿Cuántos de nosotros confiamos en la famosa cuña de ‘Soy Gustavo Petro y quiero ser su presidente’? Ninguno. Ahora nos obligarán a confiar sin Procuraduría.

Este es el espejismo de la ‘Unidad Nacional’. No hay circunstancia política que haya dividido más a Colombia en su historia que la paz de la mermelada. De ninguna manera preferimos la guerra, pero en ella sabíamos quiénes eran los buenos y quienes eran los malos. Un gran acuerdo nacional es una cortina de humo, una falsa expectativa de paz que le lava la cara a los bandidos y ahora quiere acabar con las instituciones que le ejercen control. Nadie se opone que se reformen los tentáculos de la burocracia y se reduzca el Estado, pero esto es una invitación a ver más allá del discurso que sataniza el control, el que siempre han utilizado para desprestigiar las instituciones que nos amparan. Socialistas que nos esclavizan en el siglo XXI, y así vamos, de la democracia al absolutismo de la mano de un tirano sin escalas.

Subir