|OPINIÓN EA| La Conjura de los necios 

Por: Arcesio Romero

El paisaje de la opinión nacional yace plagado de Ignatius Reilly, ese personaje simpático y bribón creado por John Kennedy Tool en su famosa novela. En la ficción como en nuestra realidad, hablar a través del absurdo ha tomado vuelo como vehículo de la sátira de lo bizarro y repulsivo. No en vano en los medios de comunicación o en los tinglados de las redes sociales pululan los dueños de la razón, vanagloriados en el palpitar de su válvula pilórica y excedidos del peso del “déjame estar” de aquellos que se sienten rodeados por un mundo donde todo está mal.

Como en la Conjura de los necios, la historia siempre le da oportunidad al humor para desapercibirse de los verdaderos problemas. Por esa razón, el plano del meme y la caricatura afloran como bálsamos para los refrescar las desdichas nacionales y regionales. La insolencia política, tan lisonjera y cómoda, alimenta la cadena alimenticia de los necios del teclado. De ahí que las «perlas» de los dirigentes sean el insumo principal para distorsionar las verdades y aportarles veracidad a las mentiras recién construidas. Si, verdades laureadas en titulares de prensa o trinadas en las redes que se vuelven mandamientos de la opinión social hasta que un Ignatius Reilly, en uno de sus muchos grupos de WhatsApp, comparte una falacia horneada minutos antes y convence con los argumentos de la posverdad a los compañeros de tertulia virtual. Luego, sin asomo de control, la viralización contagia al mundo con una nueva verdad, capaz, entre otras cosas, de derrumbar el viejo paradigma y todo conocimiento anteriormente sustentado por la ciencia.

Y a partir de ahí, desde los espirales de la desinformación, surgen pseudoperiodistas e influencers capaces de transformar la realidad en el metaverso de la apariencia y su compleja red de aturdimiento mental. Con el esbozo de ese argumento, surge entonces una sociedad «más y mejor» informada, capaz de controvertir a cualquier experto e incluso ridiculizarlo ante la opinión nacional, tal cual lo hicieron los seguidores de un mandatario recién estrenado, quienes afirmaron que un candidato presidencial, con formación doctoral en matemáticas en la Universidad de Wisconsin, tenía menos destreza en operaciones de aritmética que un su demagogo líder.

La narrativa del cambio y el abrazo a la verdad promovida por el nuevo gobierno demanda de los ciudadanos ser perspicaces y desconfiados de los discursos como el personaje de John Kennedy Tool. Pues, bien es sabido y empleado por la horda progresista, que una mentira repetida n veces se convierte en un axioma de irrefutable discusión. No bastan los argumentos, los asomos del empirismo, las huellas en los cuerpos o las cicatrices del alma, los colectivos de primera línea y las bodegas ministeriales se encargarán de convencer a los colombianos de la nueva y única versión que estará en los libros de historia: el triunfo de los victimarios y la derrota de los defensores del Estado y de los ciudadanos.

Solo resta rezar para que, con los vestigios de catolicismo que aún quedan en los rincones fríos de las iglesias y en algunos colegios, se puede construir una verdad con las costuras del consenso, fileteada por las revelaciones y confesiones de todos los actores y arropada no por el manto de la impunidad, sino por la ruana de la esencia de la colombianidad: el anhelo de vivir en paz, aunque no sea vivir tan sabroso como lo harán los miembros del nuevo gobierno y sus amigos del Pacto Histórico.

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