|OPINIÓN EA| El tsunami boliviano

A finales de los años 80, los hermanos NelsonEddy y Carlos Arévalo (que para ese entonces no habían cumplido ni 30 años) abrieron la inmobiliaria FINSA. La empresa empezó a operar con unas lujosas oficinas, atractivas secretarias y computadoras (que para la época eran objetos de lujo). Luego se publicaron anuncios en los periódicos ofreciendo altos intereses (cercanos al 70% anual).

Como era de esperarse, miles de trabajadores estatales, jubilados y pequeños ahorristas confiaron sus dineros a FINSA. Al principio se captaron montos pequeños. Pero dada la «rentabilidad», empezaron a llegar grandes capitales.

Sin embargo, cuando a principios de los 90 el gobierno apretó las clavijas al narcotráfico, FINSA, además de otras inmobiliarias, empezó a sentir la falta de recursos frescos. Ergo, los atrasos en los pagos eran cada vez más frecuentes. En esas circunstancias, se encontraron indicios de cocaína en dos avionetas que pertenecían a FINSA. La farsa se desmoronó por completo. Aunque los hermanos Arévalo argumentaron ser objeto de persecución política, la realidad era que miles de ingenuos había sido estafados. Al poco tiempo, Nelson Arévalo fue hallado muerto en una céntrica zona de mi natal Cochabamba.

Muchos periodistas afirman que FINSA es la mayor estafa realizada en Bolivia. Pero esa es una opinión que yo no comparto.

Casi de forma paralela a los hechos arriba relatados, empezó a surgir la figura de Evo Morales. Quien, con un discurso a favor de los «indígenas», los «pobres» y los «oprimidos», empezó una guerra ―que duró más de una década― contra la democracia boliviana.

Morales, aunque no es el único, es responsable de la muerte de varios policías y militares, de la quiebra de empresas ―especialmente en la zona del trópico de Cochabamba― y de la destrucción de la institucionalidad democrática boliviana.

Como ya lo relaté en otros artículos, Carlos Mesa fue el factor clave para que Evo llegue al poder el año 2005.

Una vez instalado en el Palacio Quemado, Morales empezó a aplicar el guion del Foro de Sao Paulo (asamblea constituyente, nacionalizaciones, desinstitucionalización de las fuerzas del orden y la suplantación de la república por el narcoestado). Esa receta no produce nada. Al contrario, nos arrastró a una crisis económica.

Claramente, el origen de los problemas es la instauración de El Modelo Económico Social Comunitario Productivo (MESCP) el año 2006. El MESCP ―contrario a la idea que intenta vender el régimen― no es más que la repetición de viejos errores keynesianos, entre ellos, el elevado gasto estatal y la intervención al mercado financiero. Una vil estafa que nos intenta hacer creer que la riqueza se puede crear por decretos dictatoriales.

Si bien, el MESCP empieza a hacer aguas por todo lado, el detonante principal puede ser la falta de financiamiento. Y es que el gobierno necesita, con demasiada urgencia, $2.000 millones sólo para los primeros meses del 2022.

El economista Mauricio Ríos García, en su artículo titulado: 2022 será un año muy distinto, menciona lo siguiente:

La falta de financiamiento, que depende en gran medida de los $3.000 millones que pretendían emitir ya en el primer trimestre de 2021, y ahora de los $2.000 millones en este primer trimestre de 2022, permitiría salvar los problemas de más corto plazo y evitar un auténtico desastre, pues, entre otros aspectos, permitiría apuntalar las reservas del Banco Central, inyectar liquidez al sistema bancario y financiero, y evitar una devaluación cambiaria e incluso posibles corridas de los depositantes.

Mientras tanto ―y a la par de la caída de las reservas internacionales y el incremento acelerado de la deuda externa―, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos produce más noticas que hidrocarburos. Lo cual lleva, a su vez, a incumplir contratos con Argentina, e importar cada vez mayor cantidad de gasolina. Por ende, la subida del precio del petróleo, más que una buena noticia, es un motivo de preocupación.

Se viene un tsunami. Quizás por eso, es que Arce Catacora no tenga ningún reparo en intervenir, todavía más, al sector financiero y bancario (uno de los pocos que todavía queda en pie) para, de esa manera, intentar salvar su ya desgastado modelo.

Como vemos, el caso FINSA es demasiado pequeño si lo comparamos con la estafa del «milagro» económico boliviano.

¡Dueles Bolivia!

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