Manifiesto final del libertador Simón Bolívar en sus últimos días

Tras 235 años de su natalicio, hoy 24 de julio en conmemoración al prócer de la patria Simón Bolívar, lo homenajeamos con un manifiesto de sus últimos días de agonía, basados en una recopilación de los diferentes discursos que dejó a lo largo de su legado.

SANTA MARTA, DÍA 16 DE DICIEMBRE, AÑO DE 1830 DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

QUINTA DE SAN PEDRO ALEJANDRINO

SANTA MARTA

Señores Míos,

En un momento tan crítico de mi existencia no es cosa fácil tomar la pluma y con mi temblorosa mano derramar con tinta todas las sensaciones que experimenta hoy mi muy debilitado cuerpo.

Este cuerpo que Dios tuvo a bien darme, trajinado por días de lucha encarnizada en los que he visto cara a cara el rostro macabro de los cuatro jinetes de la Apocalipsis. Por ellos he aprendido lo que es la conquista, la victoria, el hambre y la muerte quienes montando sus cabalgaduras de blanco, rojo, negro y bayo me asistieron a mí y a mi glorioso ejército, esperando cobrar un preciado trofeo humano.

Este cuerpo existente en tan penosa condición física y moral pero que se resiste a abandonar este mundo sin que me dirija a vosotros para expresaros mis sinceros sentimientos para quienes han estado a mi lado en la causa de la América Latina y para quienes han estado en la otra orilla de nuestros ideales.

En estas cálidas tierras de Santa Marta, tocada por nevadas cumbres y un azul océano, en donde a pesar de los múltiples cuidados de parte de mis compañeros de armas, uno que otro simpatizante y una fiel servidumbre, tiemblo de fiebre no solo por mi condición física sino por las olas de sofocante calor que a oleadas me atacan cual Atila El Huno, o Gengis Kha en busca de arrasarlo todo.

No hay esperanza de mejoría, y por mi estado de postración, más la grave expresión del Doctor Reverand y de sus acólitos, solo me queda esta pluma, y un trozo de papel para que lean mi acta final plasmada en esta misiva.

Españoles, Federalistas, Separatistas, aliados y simpatizantes, quiero que leáis esto y reflexionéis unos instantes sobre los destinos de nuestra querida América.

Siempre he deseado por encima de todos mis pensamientos ver formarse en América una gran nación que rivalice solo con potencias como Francia, cuna y modelo de ideales patrióticos.

Pero la libertad no es para entregársela a un pueblo que no sepa manejarla. Un pueblo ignorante no es sino un instrumento totalmente ciego de su propia destrucción. Y ese pueblo uncido a un triple yugo llamado ignorancia, la tiranía y el vicio jamás podrá adquirir saber, poder, ni virtud.

Tengo una cita última con el más allá donde seguramente me espera Dios nuestro señor para hacerme el juicio divino. Me espera y seguramente en su infinita sabiduría sopesará mis aciertos y mis errores.

Liberé a muchos del yugo, la explotación y la represión. Quizá vuestras mercedes hayan sido beneficiadas o perjudicadas. ¿Habrá lugar en vuestros corazones para una disculpa o un perdón para este moribundo hombre de armas quien en un lejano 1813 se convirtiese en El Libertador, más tarde Brigadier, General del Ejército del Norte, entre otros títulos.

Los estados americanos deben ampararse de los cuidados del gobierno paternal que sea capaz de curar las llagas y las heridas del despotismo y de la guerra. La paz es un bien tan preciado que día a día todos y cada uno de los seres humanos estarán en su búsqueda.

Ya he dictado el testamento político de mi última proclama. Mi anhelo era salir de estas tierras y buscar entre mis fieles amigos extranjeros de Jamaica, Francia e Inglaterra el soporte apropiado para proseguir con mis ideales. Sé que no llegaré y quedará truncado todo proyecto de una América Latina sólida, de inquebrantables principios y por encima de las ambiciones políticas y los oscuros deseos de personajes que poco o nada entenderás del bien común.  Ya habrá quien tome el relevo, surgirán otros paladines con iguales o mejores intenciones por salvar lo que hasta hoy avizoro como insalvable.

Me espera San Martín y otros próceres y héroes olvidados que han pasado a mejor vida, quizá gozando de un paraíso que siempre hemos soñado.

Suelto la pluma puesto que mi temblorosa mano y mis fuerzas me abandonan, parte de mí se ha ido y solo queda la vaga figura de alguien que vivió toda una época en que lo único que había por hacer era ser libre como el viento.

Dios os guarde.

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