Examen de conciencia

Por: Pedro Segrera Jaramillo                                                   

Ahora que, estamos catalépticamente intentando salir del  estado de CATARSIS, que es aquel, según los Griegos, en que queda el alma después de haberle visto el rostro a la tragedia, es necesario intentar al menos, reconstruir a retazos el resquebrajamiento y las grietas económicas  que hemos sufrido ya  por el cierre de los negocios de los pequeños comerciantes independientes, los muchos desempleados que quedaron cesantes,  muy a pesar de las desoídas prohibiciones del gobierno, o los que por la pandemia perdieron uno o dos o tres seres queridos, puntales y sostén del hogar, sino, que necesitamos aprestarnos a entrar en el engranaje de las ayudas gubernamentales para emparapetarnos y lograr que nuestros terruños saquen la cabeza de este pavoroso tsunami imprevisto y bracear hasta la orilla más próxima,   con vocación de náufrago.

 Ahí, en éste instante, es donde tenemos que cavilar y hacer un examen de contrición de corazón, para que lleguen al Congreso de la República, quienes pudieran tener auténtica vocación política, que tal parece ya está extinguida, y la formación académica determinante para ostentar un perfil que respalde la seriedad de un emprendimiento, y poder figurar en el ámbito nacional. Así como también la capacidad de gestión ante los Ministerios e Institutos e incluir nuestro departamento en los diferentes programas de desarrollo del país.

Contrario a lo que tenemos hoy, un selecto grupo abarrotado de medianías, sin identidad porque ellos no conocen a nadie, ni nadie los conoce a ellos. Son una parvada de periquitos australianos, bien elegantes, con guayaberas manga larga de olán, mocasines de marca con hebillas doradas, bañados en perfumes finos, pero mudos y obtusos a la realidad de su credencial. Solo están pendientes en los pasillos del Congreso de acomodarse en la comisión cuarta con las cuotas de los auxilios parlamentarios, maquillados con el carburín de “cupos indicativos”, usufructuando las mordidas que eso conlleva en parihuelas y cuyas obras son maliciosamente negociadas con sus colegas de pillaje. Solo piden la palabra en el recinto sagrado de la Patria, para preguntar: “Cuando es que van a pagar?”. Viajan todos los martes a la capital y regresan exhaustos los jueves, después de corretear a una que otra secretaria dispuesta y lo que es peor, le tuercen el pescuezo al espíritu de la creación de las U.T.L. “unidad legislativa laboral”, concebidas sanamente para que ellos, por lo general con escaso entendimiento, se apuntalen y apoyen con profesionales especializados en planificación y proyectos, las convirtieron en reductos de corbatas para parientes pobres, compadres varados, a quienes seguramente les aplican la consabida vacuna, y no precisamente la del Covid 19.

Por esos antecedentes, que no es sino una ligera y fugaz radiografía de la realidad, estamos convertidos en un playón de burros baldíos, sin dolientes rumiando nuestra propia realidad. Es por ello, que como se quiera entender, ésa dignidad que nos debe representar, no se puede seguir manejando como una tienda, sino como una cooperativa donde el pueblo raso y las montoneras descalzas depositan, no solo sus votos sino conjuntamente y a horcajadas sus ilusiones y esperanzas.  En consecuencia, los congresistas están obligados a presentar cada fin de año un balance pormenorizado de sus actividades y logros, a favor o en deterioro de los accionistas y sus comunidades, y así evalúen las utilidades o las pérdidas y decidan si merecen seguir depositándoles su confianza o en su defecto reemplazarlos ejemplarmente.

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