El baúl de los recuerdos XI

Por: Pedro Segrera Jaramillo

El único territorio en éste País, donde no se pudo anidar la violencia partidista, fue en la Costa Caribe, por las razones culturales del Importaculismo. Aquí, como decía Gabito, “ No hay prestigio que dure más de quince días.” Así que mientras Liberales y conservadores se asesinaban entre sí, a machete limpio y los pájaros perseguían a los sospechosos contra el Régimen, casa por casa, así como lo hizo Hitler con los Judíos y los Chulavitas, humildes campesinos reclutados de la vereda La Uvita, en Boyacá, subvencionados por la Policía secreta de los godos, especializados en desaparecer Cachiporros, con la cirugía estética del “corte de franela”, enlutando  miserablemente a Colombia y salpicando de sangre las empedradas calles de los caseríos en los páramos, bajo el báculo siniestro de León María, apodado “El Cóndor”, amigo entrañable de Rojas Pinilla y quien antes de iniciar una masacre, entraba solícito a la iglesia a pedir protección Divina para sus sicarios. Nosotros estábamos entretenidos, repartiéndonos los pocos puestos de Gobierno y demasiado ocupados en localizar la tambora de Matei, la de Pan viejo que tocaba Jhony Viti o el llamador de Juan Brito quien cargaba todos los días un racimo de guineo verde en cada mano, desde el muelle hasta su casa. Con ellos, se alborotaban los carnavales en Pescaito y la banda Santa Cecilia encargada de las novenas de la Virgen del Rosario en Gaira o las fiestas de San Agatón, en Mamatoco. Cualquier escaramuza parroquial entre los caciques electorales, se dirimía al día siguiente donde Carlín, un burdel estrato seis, con generosas y costosas collas en medio. Liberales y conservadores estuvieron siempre hermanados atraves del cordón umbilical del presupuesto y de la nómina.

Los únicos comunistas conocidos y reconocidos eran, El Camarada del Villar, papá de Oliverio, quien, desde un pasquín, “El Sesquiplano”, que, entre otras cosas, salía cuando podía, despotricaba algarete por doquier, conjuntamente con Miguel Russo quien vendía paletas en la calle diez y Alfonso Ospino Echeverría de la línea Pekín y quien después fuera designado Magistrado.  El medico Martínez Padilla se declaraba públicamente de izquierda, pero nunca le dio a los pobres una tabla de rechazo de su carpintería. Así que cuando inventaron el Frente Nacional, con Alberto Lleras, repartiéndose alternativamente los dos partidos tradicionales la Presidencia, ya en Santa Marta, años atrás, lo venían practicando en plena convivencia y conveniencia. La Anapo, con la dictadura  de mi General,  amangualó compadres de pacotilla de los dos partidos, anidándose la corrupción como institución, cuyo capítulo final de esta Saga concluye en el Panóptico de la Modelo, con sus nietos, de asiento en primera fila. En el Magdalena, “Teterito”, fiel calanchín y testaferro, montó un tenderete, cuyo acopio de truculencias y el “triángulo de las bermudas”, estaba en una oficina pequeña en el Edificio Dávila, chapada con diecisiete placas de bronce, con sendos sendas fundaciones de papel, cuyo único objetivo era esquilmar los recursos públicos que se desangraban tras el engaño de “Auxilios Parlamentarios”. Estos mismos malos manejos de éste partido, le dio eterna y cristiana sepultura al I.C.T. Instituto de Crédito Territorial.

En los días previos a la posesión de algún Gobernador, las cafeterías, bares, residencias y hoteles de precios baratos, se abarrotaban de copartidarios del agraciado, venidos de los pueblos, luciendo elegantes guayaberas recién desempolvadas o que todavía se les vislumbraban los alfileres y las otras desteñidas por el trajín diario, exageradamente almidonadas. Las camisas de manga larga y los botines de cuero, en vez de las franelas amansa loco y las sencillas alpargatas, entraban en escena de éste circo costumbrista, mientras se dilucidaban las cábalas de la composición ruletera del nuevo gabinete. Leído el bando del respectivo decreto, a la medianoche, entre el guayabo y el desencanto, limpios de bolsillo para poder pagar la cuenta del hospedaje y el pasaje de regreso, volvían a los horcones de su realidad, murmurando entre dientes, disparates contra los palabreros y palafreneros del Burgomaestre. Luego, cuando había que conformar las mayorías en la Asamblea, supuestamente encargadas de apalancar y cohonestar el rebrujo de las asignaciones y gastos de la administración, aparecían los Honorables Diputados, en su gran mayoría de los municipios, desengavetando artificios y adquiriendo importancia de momento.

Los más hambrientos de posiciones pedían que se tirara la baraja de los Secretarios otra vez y que les asignaran Hacienda o Tesorería, intentando acomodar corbatas para los hijos que no estudiaron nada, el marido de la hija mayor que salió preñada por el flojo del Billar de la esquina del parque y de vendaje cuatro administradores de educación, dos inspectores y tres supervisores, amén de un puestecito para la nueva querida que había que tenerla lejos de la vieja. El desorden era total y ahí estaba el canto de la cabuya. Entonces, el cojo Ternera, de Pivijay era de una expertitud maliciosa para desempatar enredos, llevándose a los rivales incómodos donde las putas. Dos días antes, les daban maranguango en el trago de ron y solo se despertaban al día siguiente, preguntándole a las meretrices, que andaban medio encueras por las estancias, donde estaban los compañeros.

Años más tarde de grata recordación fue la administración de Pepe Vives, autodidacta y sencillo maestro de escuela, quien desplazó el imperio que forjaron los Castro Monsalvo, Pedro y Chema, aferrados a la burocracia para complacer a sus ahijados vallenatos, y jamás pegaron un ladrillo en estas tierras. Indudablemente, a Vives, le debemos todas las obras públicas y el desarrollo de Santa Marta e incluso del Departamento. La Planta de Tratamiento de aguas del Acueducto, el Teatro Santa Marta, el Hotel Tayrona, el Asilo de Betania. La Casa de Menores, donde funciona la Universidad Sergio Arboleda, la Escuela Normal de Señoritas y muchas otras más, que todavía se conservan, amén de la creación de empresas privadas que dieron oportunidad de ocupación y trabajo a una ciudadanía sin mayores oportunidades.

Miguel Pinedo Barros, irrumpe entonces en la política liberal del Magdalena, con buenos modales, de traje entero de lino blanco, corbata negra y sombrero en mano, impregnado en demasía de agua de colonia María Farina, traída desde las Antillas holandesas. La exquisitez de su presencia, una sonrisa a flor de labios y su inconmensurable sensibilidad, le entronizó, arrinconando los inveterados caciques de parroquia. El día de las elecciones, que solo ocurría en el Parque de Bolívar, su figura se destacaba y los votantes hacían colas para recibir y acreditar su asistencia, mientras su hermano Jacobo, a la sazón, Presidente del Tribunal de Justicia, impecablemente vestido, en la Calle del Río, congratulado con Jueces y empleados, quienes, con gratitud, devolvían las bendiciones recibidas. Durante todo ese tiempo, ninguna otra lista, lograría superar sus guarismos. Visitaba religiosamente todas las mañanas el Hospital San Juan de Dios, a los enfermos de caridad, llevándoles alivios económicos. Jamás dejó de asistir al sepelio de un amigo, acompañado de sus escuderos, Arturo Redondo Pana, Curvelo y Arregocés, también riohacheros. Tenía a su haber, una memoria prodigiosa, que le envidiarían los computadores, ya que cuando me lo encontraba casualmente en algún evento o pésame y como me encontraba de Secretario de Educación del inolvidable Trino Luna Morón, me agarraba sutilmente del brazo, diciéndome: Pedrito, necesito me ayudes con el nombramiento de Petrona De la Hoz, grado tres, para la escuelita de Perico Aguao y la de Encarnación Meza, grado dos, en el Difícil, sin ningún papelito de apunte. Al día siguiente, al llegar donde mi suegro, Titi Alarcón: dame seis Wilson Suarez, como le decía a los panes llamados cachones, cuatro mogollas de dulce para Avelina y dos nombramientos, que debieron dejarme. Con la seguridad que ahí estaban.

Hugo Escobar Sierra, venido a punta de garlopa desde Plato, sin padrinos y enfrentado al gamonal de entonces, su tío Antonio Escobar Camargo, lideró el Laureanismo y su conducta moral, fue su portaestandarte. Siendo Ministro de Justicia de Turbay Ayala, con el Estatuto de Seguridad, logró cercenar los asesinatos y la época de terror a los que nos tenían sitiados las mafias en ésta región. Siempre estuvimos orgullosos de poder acompañarlo y su voz en el Senado, retumbaba por su valor civil.

José Ignacio Vives Echeverría, portador de un coeficiente intelectual salido de madre, en épocas de turbulencia se apertrechó en el barrio Pescadito, convirtiéndola en su “Sierra Maestra” como mascarón de Proa, al lado de Guillermo López Zapata y Joaquín Miranda Lobo, que se dejaron crecer la barba, emulando la tropa de asalto de Fidel Castro. Protagonizó en el Congreso debates estruendosos que dieron origen a la caída del Ministro de Agricultura Enrique Peñaloza Camargo, del director del Instituto de Fomento Industrial Miguel Fadul y del contador Martínez, demostrando una trinca de corrupción de asesorías para contratistas y seguros obligados a esa sociedad, como requisitos previos a los licitantes. En otra ocasión arremetió contra el respetado y venerado presidente de entonces, Carlos Lleras Restrepo, acusando al hijo de éste, por introducir un vehículo sin cancelar los impuestos de Aduana. Se apertrechó en la Anapo, cuyas listas encabezó en todo el País, logrando curules en los Concejos Municipales, Asambleas y las Cámaras. En un acto público que se desenvolvía en la histórica Quinta de San Pedro Alejandrino, para demostrar su incondicional afecto a Rojas Pinilla, en el discurso afirmó que, para fungir al General como Prócer de la Patria, solo, le faltaría morir bajo estos tamarindos…como el Libertador. Pudo ser Presidente de la República, pero la pita curricán, se le salió del carrete. Su irreverencia no tenía alambradas y arremetía verbalmente y ninguna consideración le contenía. En una ocasión en el recinto sagrado de la plenaria, tal como consta en los Anales del Congreso, en citación al titular de la salud anotó…Sí este señor Ministro, en vez de ser Diazgranados, fuera solamente Granados…asaltaría buses en Maicao”.

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