EL BAUL DE LOS RECUERDOS IX

En esos tiempos, Santa Marta estaba dividida en solo dos estratos, la clase pudiente que se fue estacionando con amplias residencias de estilos coloniales y republicanos, entre el Camellón de la Bahía, las calles Cangrejal y la del Pozo, que, con el entorno del Parque de los Novios y la Plaza de San Francisco, constituyeron el centro. Ahí estaban los Riascos que traían a horcajadas las charreteras de las guerras de Los Mil Días, cuyo ojo del huracán estaba en Ciénaga.  Los Diazgranados, hacendados dueños de trapiches, los Goenaga y Vengoechea que debieron tener demasiada preponderancia, habida cuenta de los mausoleos de mármol que anidan en el cementerio San Miguel, protegidos en la eternidad por ángeles custodios como severos vigilantes. La familia Alzamora, con su imponente caserón frente al parque de Bolívar, quienes hacían de celosos cancerberos de la estatua a caballo del libertador, desde sus mecedoras vienesas, emparentados con el viejo Leyva, quien trajo por mar los dos primeros vehículos clásicos, que estuvieron como piezas de museo en un garaje de la carrera segunda, hasta que los vientos del desdén se hicieron cargo. Todavía registro en la pupila, todos los días, que, al salir del Gimnasio Santa Marta, nos deteníamos a escudriñar por las rendijas del portón de madera esos fúnebres inventos de cuatro ruedas, con sus lámparas como ojos saltones en los guardafangos, semejando unos pacopacos en reposo, antes de tirarle piedras a la ventana del italiano Lomanto, que tenía una hija ni medio bien parecida. Los Méndez que aportaron los primeros profesionales de toda esa rancia aristocracia, las familias Zúñiga y los Fuentes, generadores de los primeros almacenes y vitrinas de vehículos a gasolina. Los Campo Serrano con su imponente residencia del General Joaquín declarado Monumento Nacional, sobre la bahía y la de su hermano José María, en el marco de la Catedral, con sus balcones de la colonia y múcuras de barro intentando contener las raíces de hermosas trinitarias color Hicaco. La Familia del General Florentino Manjarrés, resaltando la Placita de la Iglesia de San Francisco, que era de las pocas de dos plantas y balcones de rejas de hierro bellísimamente forjadas. Y la vivienda de don Pablo García, denominada la casa de piedra y las familias Solano y Correa, conjuntamente con los Guerrero Polo, más cerca del colegio Montessori. Los Angulo Diazgranados en la calle grande al lado de Bermúdez Cañizares y enfrente Ríos Jaramillo casado con Himerita vives.

Fueron muchos los personajes samarios destacados en sus diferentes oficios, unos buenos, otros regulares y algunos de no muy grata recordación. El primer buzo profesional y quien trabajó en la construcción del muelle de cabotaje, fue Jacobito Welman, vivía en el barrio Ancón, de ascendencia guajira, pero criado por un alemán que le dio el apellido, más tarde se destacó como portero impecable del equipo samario de futbol, Unión Magdalena. Alfonso Salas Salamanca, campeón Nacional de Natación en la modalidad de espalda, cuyo galardón años después le fuera concedido a Rubén Parodi, quien tuvo el calvario de ser alumno del viejo Núñez. El primer Samario preso en la Penitenciaría La Araucana, Medardo Gómez, a quien le apodaban Chichagua, le pusieron una pena de cinco años, por andar haciendo travesuras en los patios ajenos. Hobiens fue el mejor deportista del País y Tin popular embolador de la Gobernación. Cai, tenía un tenderete la calle Cangrejalito, en la esquina del bar Muelle de Luz y diagonal a la Inspección Norte de Policía,  vendía  repuestos de plomería, que eran antes de hierro colado y los ensartaba con un alambre como si fueran huevos de iguana,   alquilaba paquitos de cuentos para los pelaos y tenía el arte de saber arreglar gafas. De él decían las malas lenguas, que tenía pacto con el diablo, pero como que satanás le quedaba debiendo, porque siempre estaba arrutanao. El señor Fula vendía gas en calderetas en la carrera octava y la primera carpintería con ribetes de ebanistería era Toribio Ceballos en la esquina del Cementerio, pero los más conocidos eran los Granados frente al teatro La Morita y el Señor Félix Roca, especialistas ambos en la elaboración de las eternas mecedoras en madera y mimbre que llamaban Yankees. Jorgito Salas en el pasaje de la línea del ferrocarril y recuerdo otro carpintero que andaba sobre un zanco de palo, lápiz en la oreja y cigarrillo en la boca que después trasladó su arrume de virutas a los alrededores del parque de los novios. Los zapateros fueron los Vanlenden frente al parque ahora sesquicentenario, Linche, como le decían a Eusebio Rojas, y los italianos Amadeo Contalcure y el señor Victorino.

Con la aclaración e ilustración del Médico Mario Velásquez, el lindero del Barrio Olaya Herrera estaba muy bien delimitado. La calle de las Piedras, la del Comercio y la Madrid se encontraban adscritas a centro de Santa Marta, pero tras la demarcación de la línea del ferrocarril, ellos quedaron dentro del rebrujo de pescaito. En ése sector, el galardón de los sancochos de gallina lo ostentaba Josefa La Batata, una señora flaquita que parecía una varita de virtud, rodeada de ollas inmensas, con bastante papa y cilantro y galones llenos de peto de maíz y a la vuelta la Niña Nico, que madrugaba vendiendo arepas de queso asadas, empanadas, caribañolas sequitas y pasteles los domingos.  En el centro, el Rayito de Luna en la carrera sexta con calle veinte, eran famosos los fritos, en donde se degustaban las mejores empanadas, arepas sencillas, con huevo, caribañolas y los buñuelos de frijol, casi extinguidos de la gastronomía samaria, en medio de la pelotera y algarabía de los sonidos guturales de dos hermanas mudas que atendían la nutrida clientela. En la esquina de la Escuela Magdalena, las Zapata, eran las reinas de las arepas con huevo.  

La primera vendedora domiciliaria, era la turca Zafira, mujer trabajadora y adusta siempre protegiéndose del sol con una pañoleta, montada en un triciclo manejado por ella misma, llevando el pan polaco, y a punta de ése sudor y su trajín diario, educó a su hijo Médico. Julia una mujer pequeña, bastante morena con los cabellos surcados con hilos de plata, sacaba por las tardes un canasto lleno de mogollas y merengues, situándose en la esquina del chino Wong de la calle veintiuna con Campo Serrano, y los pelaos la molestaban gritándole, Julia te compro el pan, y ella, muy desparpajada, les contestaba con miles de vulgaridades. Un jamaiquino recorría las calles en bicicleta con una canastilla en la parrilla trasera, y la gente muy dada a los apodos, le gritaban pudín peao. En las calles igualmente chicha de Maíz, con esencia de rosa, en botellas de gaseosas y en los recreos del Liceo Celedón las vendían en potes de aceite bien lavados, en Combo con dos patacones grandísimos que no cabían en la palma de la mano. En esos mismos tiempos, las panaderías grandes eran, “La Mano de Dios” de Titi Alarcón en la calle del Pozo, que surtía a las carretillas de madera que salían por las calles golpeando las tapas, anunciando la llegada del pan. “La Santa Marta “de Manuel de La Rosa en la calle de la Cárcel y “La Fe” del Pibe Ramírez sobre la treinta en Manzanares. Más tarde, las modernas con vitrinas y cafetería, fueron “La Española” en la Santa Rita y “La Espiga de oro” del Argentino Rubén Deibe.

Como la cultura de los almacenes comerciales apenas iniciaban, se acostumbraba en las viviendas el expendio de artículos de contrabando y así Juan Lurán, Pan Viejo, vendía Whisky en la zona norte y Lucho Vergara “Campempo” en la carrera quinta.  El agua de colonia María Farina, se conseguía donde Mercedes Roys, quien tuvo unas hijas con Arturo Redondo Pana, y en la calle nueve con carrera sexta la mujer del vaporino Bilbao, vendía telas, finas, encajes y alfombras,  Abarrotada la estancia de múcuras, cortinas con borlas doradas, como quien anida en las alcobas de los gitanos. Ismenia Correa en la quinta en Pescaíto, traía toda clase de mercancías, al igual que Regina Abuchaibe, vendía porcelanas, cristalería, vajillas perfumes y joyas. Idania Abuchaibe inauguró una joyería de lujo en la calle catorce, compitiendo con Gallo y Caputo. Posteriormente María pimienta, Ruth Manotas, Mirian Blanco y Teresita Viecco, monopolizaron este negocio, así como Alvarito Britto reinaba en San Andresito, con el tiempo… 

Como quiera que no existía transporte para cargar compras o materiales de construcción, ni camionetas, Ana rebeca Fernández de Bonivento, quien se había desempeñado como secretaria de Educación y madre del Chepe, organizó una flota de carros de burros, que desempeñaban ese oficio e iban alegremente rebuznando por las calles y dejando un suvenir de cagajones. Los hermanitos Liñán, en el barrio Cundí, a quienes apodaban “Los Periquitos” porque armaban unas peloteras y griterías los fines de semana, como si estuvieran encaramados todos en un palo de mango, también montaron una  cuadrilla similar para atender las afujías del mercado público. Remedios “Meme” Núñez, tenía otros Jumentos que los arrendaba a discreción. Que tiempos esos tan felices y tranquilos, donde no había semáforos, ni policías de tránsito y mucho menos Foto multas. La única forma de ir al aeropuerto, a los que carecían de vehículo propio, era en una camioneta cerrada de color amarillo y con armaduras de madera barnizada en los costados, que la condujo Núñez durante toda una eternidad y vivía en el Cundí. Los viajes de la ciudad a Mamatoco, cuya distancia era como ir ahora a Palomino, ya que la servidumbre se hacía a través de una trocha por el sendero del Pereguétano, que llegaba hasta la vereda Junín, antes del puente de San Pedro alejandrino, ya que la avenida del Libertador no era ni un sueño. Los vehículos eran Ford y Chevrolet, de variados colores, con capacidad para 12 pasajeros siendo 15 centavos el valor del pasaje. Cuyos propietarios, todos oriundos de la tierra de San Agatón, la camioneta roja era de Néstor Travecedo, La azul la manejaba Alejandro guerrero y la verde marino de Elías Granados, quien fuera asesinado el dia de la fiesta de Santa Marta, a su llegada del recorrido a la población con la complicidad del encargado de la energía eléctrica, una noche con el corte de la luz, para encubrir el delito. La ruta a Bonda para los baños al rio se hacía en un camión mixto de color azul, cabina de latón y madera que llevaba pasajeros y carga, para provisiones de las fincas y traía productos de pan coger, conducido por el sr, Gabriel Cadavid, diminuto y necesariamente calvo, quien, para sorpresa de los desconcertados, nadie se explicaba como pudiera manejar semejante camión tan grande y el señor Guardiola hacía viajes también a esa zona. La ruta a Massinga y Matogiro la cubria Antonio Navarro, papá de Elizabeth, en otro camión similar y de doble transmisión.

Mr. Trout de origen inglés y traído por los gringos de la United Fruit Co. Instaló la planta de hielo en las inmediaciones del Pueblito y la venta y reparto casero se hacía atraves de unos carros de mula con cajón de madera pintados de amarillo que se surtían en un dispensario en la calle De la Acequia, al lado de la tienda del chino. El otro ingeniero industrial y eléctrico Orlando Fly Jaibeen, también contratado por los Yankees, instaló la Generadora de energía eléctrica Hidráulica, con una Peltón que aprovechaba la fuerza del agua del rio Bonda y además la planta de Teléfonos en barranquilla, Sevilla y Santa Marta. Ambos vinieron por una temporada y se quedaron el resto de sus vidas, dejando una reconocida descendencia. Como muy pocas casas tenían el privilegio de teléfonos propios, inicialmente eran de solo dos números, recuerdo que el de mi papá era 37 y el de Aydaluz mi novia 24, así que cuando la ciudad creció y la demanda también, quedaron 3759 y 2442. La gente ociosa llamaba a la floristería Santa Marta, de Maruja Jaramillo mi mamá, para solicitarle coronas fúnebres y molestar a algún vecino o un político incómodo. Así, al restaurante de los chinos haciendo pedidos de diez arroces con pollo y cinco chop suey para burlarse de ellos. Las flores tradicionales eran las macollas de hortensias moradas, los corales rojos, capachos y azucenas que venían de las colonias de la sierra nevada, la novedad de las flores de la capital y el esfuerzo para que se conservaran en éstos climas tan calientes se le debe a ella y a Toñita Zúñiga de Tribín, con la floristería en su casa de la calle Grande, frente a la Nenona Gonzales, donde hoy está la casa Bolivariana. Lo curioso era que tanto toñita como maruja, tenían camionetas idénticas, marca Dodge, de platón, azul claro y compradas donde M.A. Zúñiga, con la diferencia que mi mamá nunca quiso aprender a manejar.

Había solo dos agencias acreditadas para el expendio de Loterías, la del Sr Jose Jànica de origen Árabe, padre del primer científico colombiano vinculado a la NASSA y de Cipriano, Ing. Electricista y la de  Rafael francisco vives , cerca de la plaza de la catedral y padre de Oswaldo y Fernando, que estudiaron conmigo en el San Luis Beltrán en cuarto de bachillerato y quienes nos hacían a la salida el chance, en una camioneta Chevrolet apache azul con blanco, de las cuales solo había tres en la ciudad, la una blanco con rojo de Mañe Barros que vivía al lado del periodista Cohen Salazar y la otra blanco con verde del viejo Titi Alarcón, que me la vendiera  después, a título de abono a dote, por la suma de cincuenta mil pesos, que creo, todavía se los estoy debiendo.

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