EL BAÚL DE LOS RECUERDOS III

Por: Pedro Segrera Jaramillo

El primer plan de vivienda en esta ciudad, fue el del Instituto de Crédito Territorial en los límites de su lento crecimiento que apenas traspasaba la línea férrea, así que se inició en unos playones adquiridos a Marcos Carvajalino, quien tenía unos potreros con vacas lecheras traídas de Holanda, que parecían de peluche y la distracción en esa época, era ir a admirar que las bañaban con regaderas permanentemente, porque el calor las agobiaba. Los únicos vecinos eran los del Cundí, donde los Liñán llamados “los periquitos” tenían una flota de carros de mula. En esas casas de amplios antejardines, patio y traspatio los primeros en mudarse fueron, la Boba Sánchez, Juancho fawcett quien administraba el suntuoso hotel “Tayrona”, el teniente Pedro Cuello, los Zúñiga Caballero, Nano Cabana, Alfonso Corvacho, Gonzales Riascos, los Parodi cuyo hijo mayor Rubén fue campeón de natación, las Correa de las cuales la profesora Elsa, ya entrada en años, inició su calvario con Juancho Márquez,  

Con la apertura de la Avenida del Libertador, que era un entorno de trupillos y matarratón, para los de clase media, inicia el gobierno el Barrio Libertador, una utopía porque casi en ese tiempo era como ir a Palomino. Seducidos por las facilidades del crédito ofrecido, un combo de familias que vivían en la Cangrejalito se animaron y todos se mudaron allí: los Urbina, Ismael Pacheco dueño de la fábrica de jabón oro, el blanco Escobar un intelectual y bohemio migrante de Plato y su hermano Carlán que era corredor de seguros, los Daníes, el viejo Dámaso Rosado y su mujer Carmen Robles, Carlos Soto Amaya el papá del gordo Soto y los Betancur. Después se inicia el populoso barrio Bastidas, seguido por los Almendros. Esas eran viviendas de interés social.

Las residencias de clase alta se situaban entonces entre las calles 13, 12 y 11   hasta la quinta avenida. La nomenclatura se orientaba de sur a norte que es Taganga, de tal manera que la calle primera era en Los Troncos, Burechito la tercera y San Antonio la cuarta. Cuando la ciudad creció, la voltearon y entonces la calle primera era en Pescaito. Sobre la playa estaba la de Eduardo Dávila, gerente de la Cervecería Bavaria, más abajo la hermosa vivienda de las Señoritas Goenaga, la de Pablo García cuyos pisos y accesorios los trajeron de Italia, toda revestida de piedras de Canto Rodado de los ríos. Cuando él viajaba a Europa se llevaba en el buque su automóvil Mercury Monterrey verde con blanco, al chofer, los sirvientes, el embolador y hasta al gato. Imponentes caserones coloniales con patios internos, palmeras, begonias y helechos colgantes adornaban ése entorno del centro que hoy se convirtieron en acogedores hostales. Sobre el camellón estaban las residencias señoriales del Magistrado Pablo Mercado Serna, la familia Aaron, y los Valencia Abdala. Ahí, después del Panamerican, construyó el Señor Pedro Hernández el Park Hotel, que era una réplica del Prado en Barranquilla, bellísimo y con una decoración inigualable. Sobre la Santa Rita, levantó además esas residencias con nombres femeninos en sus portales: Isolina, Aura, Carmen, Anita, Alicia y Pura Isabel, al mejor estilo de la arquitectura francesa, que señalaba la diferencia entre la colonia y la república. Su aporte al desarrollo y progreso de Santa Marta jamás le fue reconocido. Hombre polifacético e inquieto como empresario. Fabricó el Moscato Pasito, el Moscato Pedrito y el vino Pampero extraído del Banano. Un hijo suyo trajo en dos ocasiones para deleitar a la ciudadanía samaria la banda de guerra de la Marina Norteamericana, “UNITAS”.

La casa más suntuosa era la de Ana R. de Dávila en la calle quince esquinas con carrera cuarta peatonal, frente al edificio del Concejo Municipal. Tenía ascensor privado para que tan distinguida matrona le hiciera el quite a las escaleras. Cuando Franklin Dávila fue nombrado Ministro de Minas en el gobierno de Guillermo León Valencia, él trasladó al capataz de su finca   como tesorero de las minas de Muzo. Honorio De La Hoz semejaba en su figura aquellos rangers texanos, alto, blanco de nariz fileña, sombrero alón, blujeans   Lee y botas de cuero, sólo le faltaba el caballo. Con su mujer Isabel Barros riohachera de anchas caderas y su prole, vivían en la calle Cangrejalito, donde expendían leche, diagonal a la Inspección Norte y al lado del bar “Muelle de Luz” de Guillermo Johnson, quien además era dueño del burdel “El Arbolito” en el barrio Betania.  Al final de la administración renunciaron y en un inventario de rutina, muy a pesar de la vigilancia y meticulosidad en el manejo de las esmeraldas, se percataron en varias de las piedras unas manchitas blancas adheridas y al confrontarlas con el microscopio descubren asombrados fragmentos de etiquetas que decían” Nevada”. En ésa época la cerveza venía en botellas de vidrio grueso, verde. Cuando el gobierno instauró la denuncia, el infrascrito ex funcionario ya estaba en Río de Janeiro, dueño de dos lujosos hoteles, bailando con las garotas brasileras, muriendo plácidamente a los noventa años en Cartagena.  Honorio se amparó en la no extradición y el delito prescribió a los siete años, que es la misma figura truculenta que usaron los siete parlamentarios del Magdalena que se pensionaron fraudulentamente con tiempos de servicio supuestamente en el municipio de Plato cuyos libros se quemaron en un incendio. Y la misma estrategia los cuarenta y seis ex portuarios que saquearon a Puertos de Colombia en Santa Marta, e idéntica maniobra diseñada por los cinco ex Gobernadores que metieron las uñas en el elefante del Taykú. Actores y actrices al mando del gran capitán y su contramaestre, que el pobre ha quedado promocionando la venta de pasteles.

Los primeros planteles reconocidos privados eran los de Minena Correa en la calle Cangrejalito con primera. El de Eladio Pereira, autodidacta mamatoquero y el de María Griego. El colegio Militar del Sr. Espina que más tarde fuera adquirido por Agustín Iguarán y luego por Rafael Guerra y Luis Vives, que después sería el Liceo del Caribe. Precisamente al frente, el Señor Vergara tenía una fábrica de paletas haciéndole competencia a otra que estaba en la calle del Río “Helados Nevado”, que vendían en carritos por las calles, sonando campanitas al andar. Las paletas del Señor Vergara, no se vendían y el propietario la puso en venta.  Un día se presentó un cachaco en las horas de la tarde a averiguar, pero el propietario le manifestó que no lo podía atender porque estaba en plena producción, que lo esperaba al día siguiente a las once y cuarto. Así, que, en el mañana temprano, se fue al colegio de Agustín Iguarán y repartió a los niños monedas de a centavos para que a la salida compraran las paletas. Cuando el cachaco llegó a la cita, había un maremágnum y una pelaera comprando las paletas, que el interesado entusiasmado ahí mismo cerró el negocio y lo canceló en efectivo. Al salir, Vergara volteó la cara en la esquina y sonriendo dijo: “cachaco, ahí tendrás paletas para el resto de tu hijueputa vida”.       Los otros planteles, el colegio de Gualberto Maiguel de Osuna, la escuela Cuarta que estaba en la segunda y el de la Sociedad Unión en pescadito apodado “el de los gallinazos”. Cabe destacar el de Pacha Capella y Luis A. Robles de Cecilio Reinel. Sin lugar a dudas, el Liceo Celedón, orgullo del país que estaba a la par del Loperena de Valledupar y el Pinillos en Mompox, tenía a su haber una pléyade de licenciados con su anillo de ónix, que identificaba la Universidad de Tunja: Pernet, Puello, Arsuza, Dago Acosta, Pax Charrys y Pombo. Inició el Liceo clases el 5 de marzo de 1.906 con veintitrés alumnos en un caserón de la calle grande. Tras la resolución que los facultaba para conceder diplomas de bachiller, solo tres alumnos, hicieron méritos para ello, Juan Jacobo Cotes, Néstor Caamaño y Juan B. Iguarán Cotes, siendo rector el Dr. Carlos Bermúdez hasta 1.910. La construcción de ese plantel en la Avenida del Libertador la inicia el arquitecto español Alfredo Baneles y Noll, en lote adquirido a Charles Gautier.

 La Comunidad de la Presentación, fundada por la monja Francesa Marie Pousepín, tenían a su cargo la administración del hospital San Juan de Dios y deciden fundar un Colegio para niñas.   En 1.844 el general Herrán, Presidente de Colombia firma el decreto apropiando los recursos para la construcción de la escuela Normal de Señoritas en la Plaza de San Francisco, pero la obra fue abandonada, y sobre la parte ya construida se instaló el mercado público, que venía funcionando en los playones de las torres de la United, al lado de la Caja de Agua. El notable educador alemán Carlos Meissel, contratado por intermedio del Consulado Colombiano en Berlín, resuelve el problema de que los aspirantes a maestros debían irse a estudiar a Cartagena, e inicia las obras en predios de la coquera, donde todavía funciona.

El Gimnasio Santa Marta, era en esos tiempos algo así como el Bilingüe o el Bureche, en donde estudiaban los hijos de los acomodados y de la alta sociedad. Los únicos negritos éramos Damasito Rosado a quien   el Sr. Núñez no lo quiso volver a matricular por desordenado, y el infrascrito, bajo la regla de madera de Manuel Gregorio Núñez, que él apodaba la “maricutana”. Manita, hermana mayor del Señor Núñez, vendía los dulces en el recreo. En una ocasión Eduardo Dávila tropezó y le tumbó la chaza y ella furiosa, dictó esta sentencia a voz en cuello: “MIERDA, MIERDA, MIERDA, TRES VECES MIERDA, ME CAGO ASÍ SEA EN LA ARISTOCRACIA DE SANTA MARTA, Y PARA TERMINAR…MIERDA”. Estuve ahí, desde tercero de primaria hasta tercero de bachillerato y recuerdo de las mil anécdotas de terror de ese inolvidable profesor, que en una ocasión en plena clase, el Sr. Núñez preguntaba sobre los sustantivos colectivos: si él decía…cardumen, debía responder a quien el señalara con ése dedo inquisidor…conjunto de peces Sr. Núñez. Si decía jauría, la repuesta era   conjunto de perros Sr. Núñez. De pronto el tuerto Núñez se sitúa delante de Álvaro Mercado y le dice…Alvarito: “bandada” y él sin titubear por el pánico de tenerlo enfrente contestó: conjunto de vacas Sr. Núñez. Y hasta ahí fue troya, el viejo Núñez levantando el garrote para asestárselo con una mueca le gritó: “ojalá y te cagaran “.

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