|OPINIÓN| Los Últimos Días de la Nación Colombiana

Por: Jorge Armando Beleño Crespo

El coronavirus llegó a Colombia para quedarse, atracarse de suculentos cuerpos de todas la edades y sexos: naturos, niños, hombres y mujeres, mujeres embarazadas, adultos mayores, enfermos terminales absolutamente todos los individuos que se encuentre a su paso y, la nación colombiana sumida en la ignorancia sigue pensando que este es un juego. Si, un juego, en el que se ha apostado la vida.

Sin embargo, mi responsabilidad ante este panorama desesperanzador es advertir, alertar a las comunidades del terror que se nos viene encima a pesar de que descrean ahora mis palabras; al igual le sucedió a Casandra, la princesa de Troya que anunció a sus padres las desgracias sobrevinientes sí dejaban ingresar el caballo al interior de la ciudad; y, todos ustedes ya saben lo que sucedió. Pese a esto, no es tiempo de permanecer callados, es el momento de cuidarnos todos, de que tomemos consciencia de lo dramático que será apilar los muertos, despedir a familiares, amigos, encontrar la propia muerte en un estornudo.

El coronavirus llegó a Colombia para quedarse, seguirá haciendo inquilino a cuantos le sea posible. El virus no tiene conciencia, no responde a un sistema de valores, su existencia es mantenerse vivo el mayor tiempo posible, reproduciéndose sostenidamente, disfrutando del talento divino de copiarse infinitamente, aunque ello implique desaparecer una especie y, con ésta su propia vida. Dios no puede hacer nada, no le es permitido intervenir en asuntos terrenales, aun cuando sepa que el coronavirus dañará la humanidad, y, ¿sí muriera la última persona? Con ella sería también el final del padre eterno, del todo poderoso. En consecuencia, Dios y los hombres estamos preocupados por el incierto porvenir, iguales a imagen y semejanza, desvalidos como moribundo de sed en el desierto.

De manera, hermano, que el coronavirus no se cura con oraciones y canticos, ya se han retirado los curas y pastores milagrosos a sus casas de campo, es mejor que te mantengas a salvo en tu lugar de residencia. Sepamos que, la primera línea de defensa ante el virus es no dejarse ver, ocultarse, hacerle creer que está solo en la tierra, que él es un producto de su propia voluntad, una proyección de la idea de otro, como el cuento borgiano, que de pronto se despierte de su letargo, se observe vivo y, nos salve de la pesadilla pestilente de su presencia.

Los reportes del mundo que llegan a través del internet son catastróficos. Asia, Europa, Norte América, América Latina seguirán poniendo los muertos de esta guerra contra el egoísmo, la mezquindad. Sí a los continentes del primer mundo, con sistemas de salubridad óptimos, menos imperfectos, los tiene sumido en la desesperanza esta pandemia imaginémonos por un instante lo que acontecerá en nuestro vecindario, donde no hay siquiera útiles médicos para salvar la vida, porque nuestros sistemas estatales integran el estado criminógeno, la institución anómala que se roba todo. Fernando Carillo, Procurador, informó al respecto que, sólo al día de ayer 10 de abril de 2020 se han robado, en municipios y departamento, 80 mil millones de pesos de los dineros de ayudas humanitarias. En el sendero que vamos, sino nos mata el virus, nos mata el hambre, el saqueo de los recursos. Amigos, por tal motivo, sean consciente del mar de corrupción que nos ahoga, que nuestros líderes son inferiores a nuestras expectativas, que todos absolutamente nos engañaron y, nosotros contribuimos voluntariamente con nuestra propia extinción de la faz de la tierra. No hay hoy aliento para lamentarse, ni llorar, es mejor mantenerse libre de culpas, de heridas sangrantes, estar confesado por sí se terminó nuestra última oportunidad en este mundo.

Soy colombiano, nacido en Santa Marta y tengo miedo físico, miedo de contraer el virus, de dejar mi hija huérfana, de dejar a mis padres sin su primogénito, porque como nación no nos la supimos jugar; no quiero morir. Sé nos ha dicho en Colombia que no salgamos de casa, aunque 19.6% de la población no tiene vivienda, escasamente sobrevive de su fuerza de trabajo, proletarios, que sino trabajan un día no tendrán que comer mañana. No salir de casa es la consigna, pero, los pobres, los desamparados, los olvidados sino los mata el virus los matará el hambre y, en una nación donde el valor superior es la ostentación material, la incapacidad de ser empáticos, la mezquindad del sistema bancario, de los grandes empresarios no se avizora un horizonte distinto de cuerpos desperdigados por doquier, bajas necesarias de este combate.

En todo caso, El coranovirus es todo un demócrata, nos iguala a todos: al rico, al pobre, al miserable, al indigente, al negro, al blanco, al amarillo no conoce de credos, de partidos políticos, ni de todas esas ficciones humanas creadas para diferenciarnos unos de otros, al punto de hacernos extraños entre nosotros mismo. Por fin, todos en el mismo tiempo y espacio estamos a la espera apacible del frío manto del destino, tal vez la muerte. Por tanto, la vida hay que defenderla de todo y contra todo, desde el mal de amor hasta de la muerte misma. El coranovirus está en Colombia, llegó para quedarse en virtud de que encontró un pueblo que no ha superado la adolescencia mental, folclórico e ignorante. La nación colombiana aún no tiene perspectiva del riesgo concomitante de exponerse al covid-19, no ha logrado identificarse con la nación italiana, ni la española, ni la francesa, ni la norteamérica, se niega a verse a los ojos de éstas potencias económicas expuestas en su incapacidad, temerosas, vulnerables, frágiles y temporales a fin de anticiparse a la tragedia subsiguinte que nos persigue.

Hasta  ayer en la mañana del 11 de abril, del presente, los reportes informaron que, hay confirmados 2.473 personas contagiadas en Colombia. Los epidemiólogos por su parte, dentro de las probabilidades estadística exponen que los resultados más cercanos a la realidad de infectados son de hasta 20 veces lo informado (49.460 casos), que con la tasa actual de muertes del 2%, estamos ante un panorama probable de muerte de más de 9.000 personas al día de hoy. Por tanto, lo que convienen con urgencia es acatar las recomendaciones, dejar la exposición social, aislarnos y mantenernos seguros.  

A pesar que, los colombianos tengamos experiencia en naturalizar la muerte violenta, dado que estamos inmersos en un espiral de 200 años de conflictos entre hermanos, para contrarrestar los efectos del coronavirus no contamos con los recursos emocionales para superar el dolor. Esta es una muerte lenta, dolorosa que apaga toda la vida y socaba el ápice de humanidad que aún nos queda: el amor a nuestros seres queridos. Cuando estemos gobernados por completo por el covid-19 solo respondemos automáticamente a él. Padecimientos que no hemos conocidos todavía, distantes de nuestra consciencia sobre el sufrimiento: los agonizantes describen que respirar es dolorosísimo, igual a tener vidrios dentro de los pulmones, la vida se consume tras cada bocanada de aire, una tos persistente al grado de la asfixia, fiebres incontrolables que rompe la carne y, que, el enfermo prefiere dejarse morir a fin de concluir su mal.

El colombiano por su conducta imperturbable sigue considerando que lo del coronavirus no es con él, pero ya es demasiado tarde. Éste ahora reside en muchos ciudadanos, pronto conoceremos las consecuencias de su desatención. Vendrá el momento en que la existencia sólo será la mañana, la tarde y la noche de los gritos desgarradores de los familiares que se despiden del muerto, la sirena incansable de la ambulancia a toda prisa por las calles de la ciudad, tropas del ejército subiendo los fallecidos en camiones, hogueras de cuerpos en los parques y canchas para extinguir el virus nos harán perder la fe en nosotros mismos. En las casas los vivos sanos y los vivos enfermos aguardando en silencio la espera agónica de la muerte o el fin de la zozobra; todos condenados por la desobediencia absoluta. Se multiplicarán los suicidios en las calles, los infestados como si fueran esquizofrénicos asaltaran en hordas los hogares sanos, la fuerza pública acometerá, cuando la situación se insostenible, contra todos los enfermos con el argumento de la seguridad y el orden nacional. El sistema de salud colombiano cerrará porque es incapaz de sacarnos del hueco; hoy día hasta el cuerpo médico y de enfermeras están expósitos, a expensas de la hora final; hay ciudades en las que empiezan a renunciar de los trabajos por los malos tratos recibidos a diario. Conciudadanos, cuando el cuerpo médico y de enfermera ya no nos acompañen seremos casis zombis en el mundo, nuestros valores morales y éticos no tendrán ningún efecto práctico. Entonces, no importará el prestigio social, la acumulación de riqueza, el mejor vestido, llevar la fragancia más exquisita porque la vida nos alcanzará exclusivamente para desear morirnos de una vez y por toda la eternidad.

En fin, amigo, hermano colombiano el coronavirus sólo se combate desde los mejor que somos como personas. Deja ya de estar en la calle, si te es posible coopera con el necesitado. Por mi parte, hago lo propio y, para el que no tiene casa ni comida autorizo al gobierno que mis impuestos los gastó en ellos. Los banqueros que congelen todos los créditos sin restricciones, su ambición sin límites también produce agonía a la gente, que 90 días sin cobrar interese no se le van empobrecer, ni en 10 vidas se gastaran lo que tienen de su negocio desigual; a los gobernantes regionales: alcaldes y gobernadores, dejen la publicidad en los medios,  garanticen el agua potable, los servicios público, lleven comida al hambriento, gobiernen para todos y no solo para los que votaron por ustedes, abandonen la ruindad de su alma, mezquinos, narcisos. Colombia, sino aportamos todos esta será los últimos días de la nación y esta carta una memoria de nuestra extinción por lo miserable que fuimos con nosotros mismos.

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