El SOL BRILLA PARA TODOS

Por: Pedro Segrera Jaramillo

Después de las escaramuzas entre matorrales, de la guerra de los Mil Días, Ciénaga y Santa Marta, se unieron atraves del cordón umbilical que trajo a horcajadas la Bonanza Bananera, eslabonada por la United Fruit Company empresa gringa encargada del negocio del guineo, cuyo asentamiento se circunscribía a la Zona Bananera.  Los hijos de las familias pudientes, latifundistas, estudiaban en Europa, viajando con pasajes baratos y fiados en los buques refrigerados de la Gran Flota Blanca que traían en sus amplios vientres, pianos, quesos de Holanda telas de la ruta de la seda, mecedoras vienesas, neveras Philips o General Electric, zapatos florsheim, franelas band lon, blujeans Lee y hasta camperos Land Rover, que vendían en los comisariatos de Sevilla y Santa Marta.

En esa época la trayectoria hasta Bogotá se convertía en un verdadero viacrucis, habida cuenta de que los viajeros debían encaramarse en una barcaza en el caño Clarín de Ciénaga hasta el puerto de Barranquilla y tomar un barco a vapor que remontaba el rio magdalena, lleno de tarullas, palos, mosquitos y un sofocante calor, para llegar a la Dorada, Caldas y de ahí en ferrocarril intentando forzadamente remontar la cordillera. Muchas veces ese infierno duraba hasta tres meses.  Mientras, que por la ruta del mar se llegaba en solo diez días al puerto de Rotherdan o Nueva York. El peso colombiano estaba a la par del dólar, así que era evidentemente más barato vivir en Europa en 1. 920. Se decía entonces, que había en esa época más cienagueros en Bruselas que en ciénaga. La United Fruit, llegó a tener la mayor flota privada del mundo, adquiriendo poder político por los votos que manipulaba atraves de las plantaciones. Manejaba el puerto, el telégrafo, la aduana y el ferrocarril, que era arrendatario, Sé especializaron en sobornar funcionarios y autoridades para comprar a precios de gallina flaca, predios que les interesaban.

Luis Aurelio Vergara, Gairero y poeta cáustico, se burlaba de la clase alta y de los políticos y le hizo este daguerrotipo a Ciénaga:

“A dos cuadras del Templete, que es aquí lo principal,

tenemos el arrabal, Heraldo, prensa y billete.

Facholas y su tenderete, la tienda de Yacamán

y desde el parque en acecho,

la cúpula de la iglesia, como un gran horno de pan.”

Los planos del Templete los trajo de la Habana, Cuba, Manuel Julián de Mier, dueño de las haciendas San Pedro Alejandrino y Papare, reductos de esclavos negros, encargados de la siembra de caña, cacao y ron que destilaban en alambiques de cobre, vendidos de contrabando con destino a los holandeses de Curazao.

Curiosamente en el escándalo de la falsificación de billetes, aparecen los samarios y cienagueros de esmoquin blanco, emparentados una vez más. Los Dólares falsos se imprimían en Génova, Italia, en la misma imprenta que tenía el contrato la “Federal Reserve” de los Estados Unidos. Así que esos papeles eran de tan buena calidad e impresión como los oficiales. De ahí los transportaban a España en donde con un procedimiento In Vitro, preñaban a las incautas vírgenes de yeso y las trasladaban hasta los muelles de Santa Marta, en los transatlánticos de la United. Se asegura que la compañía bananera cancelaba a los propietarios de fincas y obreros de toda América Latina con esos billetes espúreos. Los Santos eran despachados por el Cónsul de Colombia en Bélgica, en 1.930 y reclamados por el Obispo de la Diócesis Joaquín García Benítez. Tal parece que, en esos tiempos, los únicos que tenían olor de santidad eran el Padre Espejo y el obispo Celedón, cuya estatua en mármol, está agazapada en la entrada de la catedral. Ni hablar del Obispo Romero, a quien un amigo suyo le requirió por su vida clandestina, a lo cual él contestó: “vea hijo mío, en la Iglesia, el que no hace, le hacen”. Jamás reconoció los hijos que tuvo con damas de nuestra aristocracia, ni el legendario padre Pérez, quien se subía la sotana en cualquier estrato. Mucho menos para recordar el padre Motoa, que le encantaba jugar al escondido detrás del altar mayor, iniciando a los monaguillos en el arte del Onanismo.

Relata el historiador cienaguero, Guillermo Henríquez Torres en su libro “El Misterio de los Buendía”, una anécdota de su tierra, que refleja las truculencias de esa época: “En 1.910 el Cachaco Luna, se presentó al Almacén El Sol” a comprar unos sacos de arroz para revenderlos en su pequeña Bodega. Cuando los abrió se dio cuenta de que estaban repletos de billetes, dólares de diferentes denominaciones y se puso feliz. En la casa del Sol, estaban preocupados por el envío equivocado y el dueño entonces mandó un empleado donde Luna para que hiciera la devolución, a lo que el cachaco contestó: No señor, dígale a su patrón que…EL SOL BRILLA PARA TODOS.

Se    fue de ciénaga a la medianoche, vendió la bodega y adiós luz que te guarde el cielo.

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