EL RETORNO DEL DESMADRE

Por :  Pedro Segrera Jaramillo

Quienes vivimos con estupor aquellas épocas siniestras, que creíamos sepultadas y que hoy las recojo del daguerrotipo de la memoria, en el afán de que, al no olvidarlas, estaremos necesariamente condenados a repetirlas. Ese retorno a la tragedia, del cual fuimos testigos, todos aquellos que ahora pasamos de las setenta primaveras, recordamos que tras la estampida de los Gringos de la United Fruit Company, la lujosa barcaza del berroche y derroche bananero estaba haciendo agua por todos los costados, teniendo la quilla partida en pedazos, no había otra opción desesperada sino sobreaguar, con vocación de náufrago braceando hasta la orilla opuesta.  Esa playa de salvación apareció, en la medida que circulaban los primeros rumores sobre conocidos hombres muy distinguidos de la ciudad, quienes debiendo afrontar los vales acumulados por el ritmo de sus desordenados gastos, estaban incursionando entre las arenas movedizas del narcotráfico.  Tras ésta coyuntura social, hordas de mafiosos con antecedentes y prontuarios bajo el brazo, fueron adquiriendo las mejores residencias de la ciudad a precios elevados, que en muchos casos llegaban a triplicar el valor de los predios.  En contadas ocasiones ante la caprichosa insistencia no muy sutil de la oferta, sugerían plazos perentorios y citas a horas exactas en las Notarías, bajo la delicada amenaza de perder la vida de un hijo.  Así se apoderó de Santa Marta una negramenta indeseable que originó la descomposición y el maridaje con los estamentos sociales económicos, administrativos y hasta religiosos.  Su presencia contaminante en los salones de los clubes, la ramplonería y sus burdos procedimientos degeneraron y corrompieron las antiguas buenas costumbres de una ciudad pacífica y evidentemente sana, salpicando las escalinatas y embadurnando de estiércol los pasillos de las corporaciones públicas.  Obnubilados con su paso arrasador a través del dinero, presentaban sus nombres para el Cabildo samario, cuyas listas superaban cualquier guarismo o cálculo electoral,  comprando conciencias en un típico trueque mercader, no sólo de los aprovechados ciudadanos con afujías  y apuros domésticos, sino de los mismos funcionarios de la Registraduria Nacional del Estado Civil, que se prestaban a cambio de prebendas,  a cohonestar y propiciar la adulteración de los resultados mediante el mecanismo inveterado de los chocorazos.  Las mayorías en el Concejo que otrora fuera el resultado de gestiones sagaces de capacidad, habilidad e inteligencia, entre los diferentes grupos ideológicos, se conformaban entonces a punta de pistoletazos y secuestros contra aquellos Ediles que se negaban a compartir curules con tan indeseable mala compañía.  Los matarifes arrendados y guardaespaldas, se encargaban del trabajo sucio y de la intimidación o de sobornar a los suplentes para que se prestaran a los cambalaches previstos. La ciudad se volvió triste y la inseguridad de los parroquianos estaba en ascuas, las camionetas Rangers, con colores de alboroto y luces de arbolito de navidad, las cuatro puertas con equipos de sonido a todo timbal y el total desenfreno de esas gentes.  Fue el retorno a la ley de la selva, y posiblemente en el África, pudo haber en determinado momento más orden y mejores garantías para las gentes de bien.  Los turistas del balneario El Rodadero, victimas constantes de los boleteos y desafueros de éstos depredadores urbanos   no regresaron y los propietarios de bienes inmuebles de ése lugar, procedieron a ponerlos en venta por cualquier valor.  Las balaceras diarias entre dos familias dedicadas al negocio de la marihuana, los Cárdenas y los Valdeblánquez inundaron de sangre las calles.  La vendetta infernal que   no cesó, hasta cuando todos los hombres, ancianos, mujeres y niños de ambos clanes fueran impunemente masacrados entre ellos mismos, ante la indolencia y complicidad de la Policía que se prestó en más de una ocasión, para cometer ellos mismos los asesinatos, previo el pago de altas sumas de dinero.  Las procesiones de la Virgen de Santa Marta patrona de la ciudad, estaban entonces animadas y amenizadas por conjuntos vallenatos, repartiéndoles a los alegres feligreses latas de cerveza Heineken que lanzaban bochornosamente a la muchedumbre.  El Señor Obispo de la Diócesis de aquel entonces, Monseñor Naranjo Villegas, recibió una amonestación “terriblum in terris” provenientes de las altas jerarquías Eclesiásticas por tener la desfachatez insólita de encabezar un sepelio, de uno de sus consecuentes benefactores, aludiendo como excusa “que los mandamientos cristianos le obligaban cumplir el sagrado deber de enterrar piadosamente a los muertos”.  En el desaforado afán de venganza, irrumpían en los velorios y entierros con granadas de mano y tacos de dinamita, contra todo aquel que asistiera a ellos por razones de parentesco o vecindad.  Cuando llegaban las vísperas de la fiesta de la Virgen de los Remedios, patrona de Riohacha, el desmadre era total, y el derroche de billetes, cohetes, bombas y escándalos públicos, duraban hasta cinco días consecutivos.  Las armas de fuego, salían a relucir en su diversidad, y el tiroteo a causa del fanatismo y del jolgorio en casi todas las ocasiones, terminaba con muertos a los pies descalzos de la homenajeada.

Más tarde que temprano, hordas de mafiosos de todos los pelambres se apoderaron de Santa Marta, en un desenfreno insospechado.  Las mudanzas de jovencitas de barrios marginados a palacetes remodelados a última hora Sobornos a funcionarios públicos, cohonestando la impunidad, desesperados por participar de la abundancia.  Ríos de licor y sangre, catervas de facinerosos armados que corrompieron toda una sociedad, que hincada de hinojos pretermitió todo, sacándole partida al desbarajuste, vendiendo caro lo que no tenía valor, y aceptando la inversión de valores como un trueque económico.    Todos los estamentos coadyuvaron a la parafernalia de ésa barahúnda que impuso su golpe de tambor siniestro, al son que bailaron los vecinos hambrientos.  Ni siquiera la Curia, se escapó del encanto seductor de los cantos de sirena de estos salteadores de caminos, que trajeron dineros a borbotones, pero en las mismas alforjas, desgracia, llanto y muerte.  Su paso por la ciudad fue como la arrasadora pisada del huracán Satanás.  En las procesiones religiosas, en las de la Virgen de Santa Marta, la del Carmen y la Milagrosa, los marimberos piadosos, repartían aguardiente en botellas plásticas y whisky sin estampilla, a la muchedumbre en el fallido intento por asegurar, así fuera por cuotas terrenales, un cupo en el Cielo.  Hacían donaciones ostentosas a los párrocos para mejorar los cuarteles de Dios, recibidos disimuladamente tras el Altar Mayor, sin ningún sonrojo.  La marimba, trastocó todos los valores que constituyeron durante siglos y eternidades el portaestandarte y orgullo de nuestra sociedad.  Los Cárdenas y los Valdeblánquez, implantaron un régimen particular de terror, vendettas y matanzas entre primos hermanos y más primos que sumaban, familias enteras. Todo aquel que intentaba meterlos en pretina lo mandaban al piso y ejemplo y escarmiento fue el asesinato del Coronel de la policía Asdrúbal Romero Escobar, con la complicidad seguramente bien remunerada, de sus propios escoltas.

Hoy con estupor presenciamos, como la violencia se ha vuelto a enseñorear, el sicariato y los asesinatos por encargo, el boleteos y la extorsión a los comerciantes y trabajadores honrados se implementa a diario, ante la mirada displicente y cómplice por omisión de las autoridades.  Mientras tanto, los agentes de la Policía en parihuelas y encaramados en el negocio particular y leonino de las grúas, asaltan a mansalva y sobre seguro a los desprevenidos parroquianos y turistas.  Las cuadrillas de unos desalmados funcionarios del Espacio Público, acorralando a los pobres vendedores de frutas, guineo verde, aguacates y verduras, a quienes despojan no solo del diario sustento, sino que se llevan la carretilla con sus productos muy seguramente con el destino incierto de sus jefes, violando la ley que les prohíbe quitarle sus instrumentos de trabajo. ¿Cómo llega un padre de familia a su casa a decirle a sus hijos que no pudo conseguirles su alimento?  Porque la estrategia del Régimen así lo determina. Retenes de empleados hambrientos a quienes se les olvida que muchas de éstas víctimas bien pudieran ser sus padres o hermanos, amparados en sus desafueros, que les concede insólitamente la patente de corso para todo éste desmadre. ¿Será que ésta es la Santa Marta que queremos dejarle a nuestros nietos?

Y al mismo tiempo, como en otros tiempos el Ejército vende armas de corto y grueso calibre y le expide salvoconductos al hampa organizada conociendo en demasía sus antecedentes.

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