El cacique Núñez

Por: Pedro Segrera Jaramillo

En el siglo XVII se protocolizó la colonización de Santa Marta y se disuelve la cultura autóctona y la sumisión de los nativos quienes huyen dispersos, despojados de sus patrimonios. Solo tres grupos no aceptaron ceder fácilmente y pelearon con una fiereza insólita: los Chimilas o Caribes, Los Motilones y los Guanebucan, que luchaban con flechas incendiarias, espinas de raya y dientes de tiburón. Los indígenas Tayronas al igual que los Pebos, Arsarios, Arhuacos y Kogia, asentados sobre la Sierra Nevada, eran unos excelentes maestros de obra en el arte del drenaje pluvial, lo que evitaba la erosión en esas zonas altamente lluviosas. El primer asentamiento se produce entre los ríos Córdoba y Guachaca, el Mar Caribe y la Sierra Nevada, denominada la provincia Betoma, que estaba conformada por casi trescientas tribus indígenas. Al igual que en las tumbas del primer Emperador de la Dinastía Quin en china, donde los arqueólogos desenterraron siete mil estatuas de soldados y caballos, en terracota, en el margen del rio Ranchería, en las cercanías con la Guajira, se encontró una gran casa para ceremonias religiosas, donde descubrieron mil estatuas de madera talladas en tamaño natural, que perpetuaban sus antepasados.

EL último reducto en el país, que se unió a la campaña Libertadora fue Santa Marta. Aquí la aristocracia de origen español que detentaba y manoseaba el poder y los puestos burocráticos, eran orgullosamente Realistas y les producía pánico y escozor, que las montoneras descalzas y la chusma patriota les arrebataran los privilegios concedidos por el Rey a sus incondicionales súbditos.

Durante la rebelión de los criollos contra el rey de España, se cometieron algunos desafueros que salpicaron el esfuerzo y enlutaron la región y a muchas familias de la Costa: El infame proceso contra el Almirante José Prudencio Padilla, urdido y perpetrado bajo el amparo de sombras oscuras contra un hombre de valor civil y militar de alto rango sin alambradas ni ataduras, héroe en la batalla de Trafalgar. En esa ocasión a Bolívar le faltó ecuanimidad y se dejó influenciar por los consejos de sus aduladores de turno, que viajan siempre en el pescante de la litera del César. Y el 2 de octubre de 1.828 en la plaza mayor de Bogotá se produjo su falaz fusilamiento, cuyo expediente acusatorio se inició, allegó y perfeccionó en tan solo una semana. Un esperpento jurídico remendado como una colcha de retazos a mansalva y sobreseguro, manipulado por los áulicos del Libertador, los golillas neogranadinos quienes rumiaban rencores contra su amigo el General Santander. La Guajira de luto cerrado lloró en silencio a su hijo más ilustre y la costa perdió su guerrero más osado.

El otro episodio de ingrata recordación, fue el insólito proceder del Cacique Núñez, jefe único de los indios Mamatocos y Bondas quien se declaró Realista, consecuente adepto y servil, genuflexo al Rey usurpador. Cuando las tropas de las milicias cartageneras intentaron expulsar a los españoles, al mando del mercenario francés Labatut, Núñez lo derrota con la ayuda de los indios Matunas, reconocidos por su enorme ferocidad guerrera.  Cuando Don Pablo Morillo, mal llamado “El Pacificador” hace fusilar a la patriota samaria   Ignacia   Granados en su paso devastador hacia la carnicería que organizó en el sitio a Cartagena, el cacique Antonio Núñez fue su palafrenero y estuvo a su total disposición en ésta ciudad. Consecuentemente como precio a su traición, se le distingue con una condecoración a ruegos en rango de Fiel Servidor, que debieron colgársela seguramente en el taparrabos. Medalla de oro que tenía de un lado el busto del rey Fernando y en el anverso la inscripción de “A los fieles y leales al Rey”, con honores militares de desembarco de tropas, el 25 de julio de 1.815 día de Santiago apóstol. De vendaje y ñapa, el rey por decreto le concede a Núñez, el rango de capitán con su respectiva paga, exaltándole con la Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica y en pergamino oficial se ordenó traspasara el cacicazgo a su hijo Juan José, amén de rebajarle la cuota de impuestos a las dos tribus, y los hizo acreedores a las tierras donde vivían. El Cacique Núñez, murió plácidamente de viejo a la edad de 92 años, en la misma tierra donde viviera mi bisabuela Carmela Eral, entre otras cosas de origen yumeco, como le decían antes a los provenientes de Jamaica.

1.810, se instala en Santa Marta la primera junta patriota en el antiguo cuartel que sirvió de Casa Consistorial hoy Plaza de Bolívar, ya que al pueblo no le inspiraba confianza las autoridades coloniales, y por vez primera se ejercía en el territorio de la patria el sufragio universal, de los catorce vocales que la componían, cinco eran de la familia Diazgranados, Don Pedro Diazgranados, Don José Ignacio Diazgranados, Don
Estevan Diazgranados, Don Venancio Diazgranados y Don Francisco Javier Diazgranados. Que eran más bien seis, porque el vicepresidente don José Munive estaba emparentado por la línea húmeda con el Dr. Miguel Diazgranados, más tarde mártir de la Independencia, en el sitio a Cartagena.

Después del resto de los acontecimientos, apretujados de desilusiones, Santander Vicepresidente, intrigas palaciegas, amores escondidos, el Congreso de Angostura y el desencanto de Bolívar al considerar que había arado en el mar, que su sacrificio por libertar las Repúblicas y pretender hacerlas hermanas había sido inútil, decide irse del País, ésta vez, en forma irrevocable, e inicia su descenso hasta Cartagena para embarcarse hacia
Europa. Rio debajo de La Magdalena, llega a Mompox donde es recibido con sincero jolgorio y tímido entusiasmo. Pero mayor tristeza le produjo al Libertador saber días después, que la vajilla de cristal de Bohemia, manteles de lino, cubiertos de plata, copas de cristal de Murano y aguamaniles de porcelana que habían sido usados en la comida en su honor, mandados a enterrar, temerosos del contagio que les pudiera sobrevenir, ya que era de público conocimiento que tantos años a la intemperie y a caballo cruzando los Andes, vadeando ríos le produjeron la tuberculosis que le sobrevino. De ahí, la persistente y permanente tos con que convivía. La comitiva Presidencial tuvo que detenerse en Turbaco y era tan precario el Estado de salud del General que no pudo sino observar de soslayo, la goleta dispuesta para llevarlo de regreso a Europa.  Su cansancio y desconsuelo era de grado tal, que no quería siquiera recibir las noticias que llegaban a través   de las desconcertadas estafetas.  así deciden sus consejeros y médicos, que debía trasladarse a Santa Marta y aceptar el ofrecimiento de un rico hacendado, de alojarlo en su hermosa hacienda en donde las brisas y el frescor provenientes de la Sierra Nevada, mejorarían su ánimo y recuperaría sus desvencijadas fuerzas.

Bolívar llega a la ciudad a bordo del bergantín “Manuel “de propiedad de Don Joaquín de Mier, con un reducido séquito y escoltado por la goleta de Guerra “Grampus” del gobierno de los Estados Unidos, de la cual hubo de bajarlo en silla de mano por jayanes dispuestos quienes lo condujeron hasta la casa del tribunal de comercio o casa de la Aduana, ubicado en la esquina de la calle de la Cárcel, hoy Museo del Oro en donde estuvo de tránsito hacia la Hacienda de San Pedro Alejandrino.

No hubo autoridad civil ni militar y mucho menos eclesiástica en su recibimiento. El pueblo fisgón detrás de las persianas recorría con la mirada el paso del cortejo que ya se presentía fúnebre, como en una muerte anunciada. El 10 de diciembre hizo testamento ante el escribano público, José Catalino Noguera.

Nada había recibido de la Patria y de las riquezas que heredó de su padre, solo quedaban por testar, las improductivas minas de cobre, en Aroa Venezuela y unas alhajas con más valor sentimental que material.

Permaneció igualmente su cadáver expuesto entre el 18 y el 20 de diciembre. Fue sepultado en la Catedral, cuyos despojos permanecieron hasta 1.842 cuando fueron trasladados a Caracas, dando cumplimiento a lo dispuesto por el Libertador en la décima cláusula del testamento.

Al General, insólitamente para señalarlo con palabras de buena crianza, ni siquiera su sepelio mereció la disposición de gastos por parte del Estado, dada la importancia, rango de investidura de su persona.  Mucho se ha escrito sobre la indolencia de la ciudadanía samaria, donde se ha dicho siempre que:” no hay prestigio que dure quince días”. Todo se lo cobraron y así está en el documento que data de enero 18 de 1.831 de la época: la cinta amarilla, la cinta negra, la mazapolla, los 625 clavos, las 600 tachuelas, las 60 puntillas de cabeza dorada, las cabuyas y el hilo de carreto,   el quintal de cera, las 6 docenas de alcayatas, el arreglo de la lanza para la bandera, la media docena de tablas y las alforjas, los quince pesos para pagarle a los mozos que trabajaron en la tumba y los cinco pesos más para los ayudantes extras de éstos.  Lo que cobró el del carro de burro que trajo los materiales, la asistencia de los tres músicos que tocaron en las honras, ocho pesos al encargado de colocar y quitar el velo negro para cubrir el altar mayor de la Catedral. Al cura que predicó en el funeral, al otro sacerdote José Mena que organizó la asistencia de los capellanes del coro y el maestro de ceremonias, a los cinco acólitos y al sacristán mayor que cobraron cincuenta y nueve pesos e hicieron parte de la vigilia y el responso. Hasta el campanero de la Iglesia que, en este desbarajuste de facturas y recibos de pago, también hizo cola, amén de las plañideras arrendadas, que lloraron sin conocerlo.

Consignado en el inventario de bienes de fecha 22 de diciembre con la presencia del Auditor de Guerra y Marina, Laureano Silva y el Tesorero de la junta de Manumisión José Antoni Cataño y el escribano Catalino Noguera: una vajilla vieja de platino en dos cajones, cajas de cucharas de plata grandes y pequeñas, tenedores y cuchillos, más cucharas y más cucharones, cucharitas de postre y platos, bandejas, soperas, saleros y tinteros, tres documentos con certificación de onzas de oro, depositados a personas respetables en Cartagena, para disponer cuando lo necesitare, – ante la inexistencia de los bancos – descontándose claro está los riesgos del servicio y seriedad del albacea. Un retrato de Washington, un relicario de oro que le regalara el Cabildo de Charcas en Panamá, una espada engastada en brillantes y piedras preciosas, la Gran Medalla de Bolivia y el Sol del Perú, ambas con brillantes. Diez baúles atestados con papeles privados para ser remitidos a París y más baúles repletos con medallas de plata, oro, bronce y cobre.  Un colchón sucio y dos baúles más con libros, dos colchas, dos pares de anteojos y una silla de montar en mal estado que se la entregaron al asistente José Antonio Meza, un par de pistolas desiguales que le tocaron al otro asistente, Valentín Villar y la ropa de uso del Libertador que se la dieron a su sirviente.

Así que, en este reparto a los compañeros de Bolívar, que sufrieron con él las inclemencias de toda una vida en su ascenso y descenso y no tuvieron temor al contagio, les dieron a título de prestaciones y cesantías que no servían ni tenían ningún valor pecuniario, sólo afectivo.  Cien años después el Teniente Tamayo, organiza con jóvenes de familias prestantes de la sociedad samaria, La Guardia del Libertador, en fastuosa conmemoración, con la asistencia del Presidente Enrique Olaya Herrera, quien llegó a bordo del hidroavión “Colombia” que acuatizó en la bahía y todos los Presidentes de los países Bolivarianos.

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