EL BAÚL DE LOS RECUERDOS VI

Por: Pedro Segrera Jaramillo

En 1.834 en Santa Marta un 22 de mayo de manera sistemática y prolongada durante seis meses, la tierra temblaba persistentemente, obligando a las gentes a trasladarse hasta el playón más cercano y emparapetarse en cambuches y barracas. En 1.849 la epidemia del Cólera Morbo, redujo la población a la mitad, ni siquiera la Iglesia se salvó ya que entre los primeros que cayeron, fueron los presbíteros Manuel Guerrero Zambrano y Miguel del Rosario Carrillo. Casos se dieron de una muchacha Josefina Abril, que fue llevada al cementerio y allí se despertó pidiendo agua.  La tercera desgracia fue la del río Manzanares que, salido de madre, inundó la población y el tránsito se hacía entonces en canoa.  Unos años después se produjo una mortandad a causa de la viruela y no se supo si era peor la cura que la enfermedad, puesto que el remedio era cortar las vejigas con una tijera. Después de la del “trapiche” en 1.881 los cielos se nublaron y apareció una plaga de langostas, las sementeras, las siembras y los cultivos, fueron consumidos. La zona Bananera también sufrió la devastación producida por la sigatoka negra, llegando después el Incora, con su corrupción a cuestas, que fue peor. En los años ochenta, apareció la tragedia en Santa Marta del comercio de la mariguana y hordas de delincuentes provenientes de la Guajira, trasladaron no solo la farnofelia y la arrogancia de los nuevos ricos, sino que permearon y corrompieron todos los estamentos de ésta sociedad, en una inversión de valores, trasladando las retaliaciones y crímenes, convirtiendo esta hermosa tierra en un infierno.

Las campanas tuvieron desde los tiempos de la cometa cierta complicidad y manejo en el sentimiento de los pueblos. Los curas de parroquia tenían el poder de la palabra, encaramados en los púlpitos y a través de la voz metálica de los bronces que sonaban para congregar, alborotar o doblar en señal de duelo a las ovejas mansas del rebaño.

 Hay necesariamente que registrar un incidente ocurrido en el período colonial español y cuyo protagonista fue el Obispo de la Provincia, Fray Antonio Monroy, quien durante veinticuatro largos años se enfrentó a la autoridad del Rey, a sus representantes civiles, militares, eclesiásticas y a la nobleza española y criolla, es decir, con Raimundo y todo el mundo, decretando doscientas cuarenta y seis excomuniones, al detal y al por mayor. Ordenaba cárceles y destierros a cualquiera que contradijera sus órdenes y caprichos.

En el cumpleaños del Rey, los encargados de los festejos hicieron colocar en el Altar Mayor un retrato del Gobernador Porras, otro de Felipe V y de la Reina, como era costumbre, el Obispo les ordenó ponerlos en otro sitio porque ellos no eran ningunos santos.  En otra ocasión puso a Riohacha en entredicho y a todo el resto de su jurisdicción y como    castigo, ordenó a las iglesias repicar las campanas durante cuarenta y ocho horas ininterrumpidamente, enloquecidos los habitantes huyeron despavoridos y abandonaron la ciudad. Después al recién nombrado gobernador de la provincia de Santa Marta Juan Beltrán Caicedo, lo excomulgó ipso facto y lo hizo salir de la ciudad con su esposa, ordenando campanas al vuelo e iluminación de la ciudad durante nueve días en acción de gracias por el nombramiento del nuevo Gobernador José De Andia quien reemplazara al saliente mandatario. Jolgorio fugaz, porque cuando en un acto público de Andia, quien elogió las actuaciones de su antecesor, el Obispo furioso lo excomulgó también y exigió al Cabildo no le permitieran al mandatario la entrada a la Sede Capitular de las Casas Consistoriales.   Tampoco salió bien librada la población de Tamalameque en donde ordenaba incendiar viviendas, embargos de bienes y destierros de quienes no eran de sus afectos, no solo les aplicó la interdicción, sino ordenó a sus subalternos no cumplir órdenes del despacho del Virrey o de la Real Audiencia so pena de ser multados con quinientos pesos o apostatarlos de la fe. Más sin embargo hay que abonarle que trajo un órgano para la Iglesia, montó una farmacia, repartía drogas a los más necesitados y dispuso suprimir de las partidas de bautismos, el discriminatorio término de “hijo natural por padres desconocidos”, adelantándose a las reformas introducidas en el año 1.930.           

Al fin de tantas quejas, fue declarado rebelde por el Gobierno de turno, el Obispo ordenó toque a rebato de las campanas y el bando, no pudo ser leído. Su traslado fue inminente y cuando se disponía a viajar, a la espera del barco que lo trasladaría a Cartagena, una multitud salió con risas a burlarse del prelado y este, montó en cólera, quitándose las sandalias para no llevarse ni un grano de estas tierras, las sacudió maldiciendo la ciudad durante los siglos por venir.  En los festejos de Mamatoco, sucedió algo parecido cuando la feligresía devota de San Agatón, impidió la salida de San Jerónimo, para que las festividades fueran presididas solamente por su Santo patrón, el cura indignado, maldijo al pueblo, a lo cual le achacan el atraso de esa comunidad.

Años más tarde, la ciudad de Bastidas era provincial y providencial, adscrita bajo el Palio protector de Monseñor Joaquín García Benítez y su hermano Luis, quienes vivían en el Palacio Episcopal de la calle Santo Domingo. El padre Luis, impresionante orador sagrado, tenía una gran influencia en la comunidad samaria y un insospechado poder bacular, no solo en su parroquia, sino que extendía su tinglado hasta allende las montañas de Antioquia, de donde eran oriundos. Nada se podía dirimir ni mucho menos resolver referente a asuntos del cielo o de la tierra, que no tuviese el santo, seña y contraseña del agua Bendita a su cuidado.  Los políticos aspirantes a las corporaciones públicas, hacían diariamente cola para recibir la bendición o los Santos Oleos. Tal era el celo de estos dos prelados, que habían conformado una Congregación de Hijas de María, seleccionadas cuidadosamente entre distinguidas damas de la sociedad samaria, a quienes se les tenía prohibido los baños de mar mixtos, debiendo los hombres estar en un sector de la playa y las mujeres en otro, pretendiendo imponer luego el horario para los hombres y mujeres, con el fin de evitar las miradas furtivas y los malos pensamientos.  Las reglas eran más estrictas que las del Opus Dei y para ello tenían comisionado a un señor Viecco, que hoy estaría de figura estelar del Cartel de Los Sapos, que anotaba a toda aquella que infringiera esas normas.  El domingo a las tres de la tarde en sesión solemne, el Padre Luis despojaba de la Medalla de Honor Religioso a la señora que hubiese sido anotada en ésa lista, que nos imaginamos debía ser registrada después en la antesala del infierno. Las procesiones de Semana Santa que encabezaba Su Excelencia, no tenían nada que envidiarle a las de Popayán o Mompox en suntuosidad y magnificencia.  Las campanas de las Iglesias dejaban de repicar desde el Jueves Santo a las tres de la tarde y la matraca, especie de rueda de madera que al girar producía un ruido impertinente y ensordecedor, sonaba hasta el Domingo de Resurrección, mientras en el obscuro interior de la Iglesia, los Santos en señal de luto, vestían capuchones morados.

Así como había curas en olor de Santidad como el Obispo Celedón, el Padre Espejo, quien en alguna ocasión, se trasladó a Aracataca, e intervino de palabrero para que el Coronel Nicolás Ricardo Márquez, aceptara los amores contrariados del telegrafista Gabriel Eligio García con su hija Luisa Santiaga,   los hermanos García Benítez, Monseñor Lizcano y el Padre Chiquillo, a quienes la feligresía admiraba y estupefactos le profesaban una devoción casi divina, por lo sobrenatural de la aureola que les circundaba. Aparte del que chancleta en mano maldijo la ciudad, hay que rescatar de las trincheras de la memoria al Obispo Romero, quien tuvo varios hijos que llegaron a ser ciudadanos ilustres, porque sus madres pertenecían al círculo de las escogidas de la Divina Providencia y por el ojo libidinosos del sacerdote, a quien algún amigo suyo, le preguntara en alguna ocasión, si no le daba pena ser tan mujeriego, a lo que este sonriendo le contestó: “mire, en la Iglesia, el que no hace…le hacen”. Las mujeres blancas españolas, no traspasaban el pudor de sus enaguas, sino ante uno de igual estrato o los curas, que tenían idéntica presencia. Los mulatos solo podían observar con prudencia y en silencio mudo.

 Otros de reconocida popularidad y desorden eran el padre Bernardino Pérez, que salía a parrandear los carnavales disfrazado de policía, tuvo hijos también al garete, pero en estrato de clase media, para no tropezarse las sotanas con Romero. Era próspero dueño de una flota de taxis que operaba en la Plaza de Catedral, llamada “Navduper”, por Navarro, Duque y Pérez apellidos de los tres curas de la Iglesia. Otro en épocas más cercanas, el Obispo Naranjo Villegas, desapareció de la noche a la mañana en medio de misas cantadas, rosarios de la aurora y responsos para aliviar un cáncer que no tenía. Como remedo a la Custodia de Badillo, traspapeló entre los pliegues de sus faldones, pinturas y lingotes que  encontraron casualmente en las operaciones arqueológicas de la búsqueda del corazón de Bolívar y desde ésa época, también se desapareció el mármol que enchapaba las columnas de la Catedral, o el padre Motoa, Coadjutor de la Basílica que en 1.935, encerraba a los muchachos de diez y doce años y los enseñaba a iniciarse en las manualidades del onanismo en su presencia para luego, darles la dispensa. Otro, asesinado in situ, detrás del Altar Mayor, hablaba todos los domingos contra la clase política, la corrupción y preconizaba rayos y centellas en el infierno para los pecadores de éste mundo, y en las madrugadas, abría los pesados portones de la Iglesia para ingresar gamines y amantes trasnochados, desfogando sus resentimientos y demonios del medio día.  En Manzanares, también tuvieron su exponente, un español Martínez, vinculado al robo de vehículos y acusado en varias ocasiones de reducidor.  En Mamatoco, apareció uno que tenía los dos desequilibrios, de arriba y de abajo y a quien la DIAN acusó por traer de Venezuela automóviles de contrabando. Luego un morenito como San Martín de Porres, en la misma parroquia que, bajo el pretexto de aconsejar espiritualmente, exorcizar y sanar el alma de los fieles, dejó a más de una creyente embarazada y confundida. Muy a pesar de que el que reza y peca empata, el Papa actual ha pedido perdón a la humanidad por la debilidad de la carne de estos ilustres sacerdotes.  Con sobrada razón, Ana Emilia Cormane, matrona insigne, madre de Perucho Padilla y abuela de Pincho siempre decía: “Fe en Dios y el culo p´a la pared”.

El periodismo en Santa Marta fue prolífico, la primera publicación impresa, la organizó Murillo Toro, con la Gaceta Mercantil y la profusión de pequeños periódicos, aparecieron por doquier: “La Gironda” de ocho páginas, editado en la imprenta manual de Juan B. Ceballos y escrito por Manuel P. Vives, Manuel Apolonio Vives, Gabriel Angulo, Manuel D. Mier, José Gregorio Abello y Pedro A. Infante, contertulios de la Sociedad Democrática. En la imprenta de Cayetano A. Núñez llamada “La Regeneración”, se imprimió también “Diario de los Debates” sobre actividades de la Asamblea Departamental y otros pormenores como el célebre Registro de Padilla. Después de la Guerra de los Mil días Manuel F. Robles y Julio Pinedo Mendoza ponen en circulación “Ecos del Norte” y “Ecos del Magdalena”. José Ignacio Díaz Granados Capella, vocero del General Uribe Uribe, funda “El Cronista” y su adversario político José Ramón Lanao Loayza, lanza “El Renacimiento”. Liberales y Conservadores aparecen con “El Independiente”, “Libre Examen”, “Heraldo Nacional”, “El Celador”, “El Autonomista”, “La Voz de Santa Marta”, “El Fígaro”, “El Nuevo Ambiente”, de Tulio Ostilio Bermúdez, la asociación de empleados del Magdalena, lanzan “Germinal” y los trabajadores de la Zona Bananera, “Por la Unión”.

Los periódicos no existían en ésa época en Santa Marta, sino hojas sueltas que usaban para injuriarse los unos a los otros, sobre todo entre aquellos que detentaban transitoriamente el poder. Uno de éstos panfletos desató la ira del Gobernador y él suponía, que eran de   autoría de Manuel Angulo, pero por la investidura que este representaba dentro del Partido Conservador, por lo que, temiendo implicaciones y turbulencias irreparables, autorizó apresar a Gabriel, el hermano, por irrespeto a la autoridad, bajo la custodia del alguacil del Centro Penitenciario, amigo incondicional y cuota del Gobernante.  Ese mismo día, la esposa del Director del Panóptico, que estaba embarazada, se le presentaron síntomas de eclampsia que la llevó a un estado de extrema gravedad, pero el único médico por experiencia y conocimiento que podía atender semejante emergencia, estaba preso a órdenes del esposo de la paciente. Este salió a la volandas a rogarle al Doctor Angulo, que le atendiera su mujer. Lo trasladó con escoltas cancerberas hasta el hospital, salvándole la vida no sólo a la madre sino al niño.  Con llanto en los ojos, el agradecido Director del Panóptico al salir del hospital, le dijo al galeno: “queda libre ipso facto y se puede ir para su casa, así pierda yo, el puesto”, a lo que el Doctor Angulo, le contestó: “no señor, usted, me devuelve para donde me sacó, pues mi juramento profesional está por encima de todo”.

Esto de los panfletos generó muchos incidentes que más tarde habría que lamentar. En el “Hotel Internacional Pachón”, de cierto lujo y distinción, con confortables habitaciones y sitio de llegada de personas procedentes de la capital, se presentó un lamentable incidente a raíz de un pleito de aguas entre el General Benjamín Herrera, quien después de la Guerra de los Mil Días, había adquirido una finca por los lados de Aracataca vecina, a la del señor Fernando Troconis dueño de la finca “La Andalucía”. El General Tribín, terció a favor de su amigo Troconis y mandó imprimir unas hojas volantes   que fueron contestadas por el Secretario de Herrera, un señor Luna, pequeño de estatura, cachaco, solapado y casi insignificante, a diferencia de Tribín, alto, fornido y bien plantado. El General furioso se dirigió con un grupo de amigos hasta el hotel, ubicado al lado de donde es hoy la Contraloría Departamental, con el propósito de castigar con unos fuetazos al atrevido amanuense, quien sin inmutarse se levantó de la silla en el vestíbulo y sacando de su bolsillo un revolver que parecía de juguete, le propinó un tiro, que le produjo la muerte.

El Camarada Del Villar, padre de Oliverio y líder del Partido Comunista en esta ciudad, a través de su periódico “El Sexquiplano” agitaba las masas contra el régimen de la época, vehemente defensor de la empresa “Scadta”, hoy Avianca, en un momento difícil, cuando varios de sus aviones cayeron a tierra, logró restituir la confianza de los pasajeros. Esta empresa Colombo Alemana fundada el 5 de septiembre de 1920 en Barranquilla, adquirió el lote de la ye entre Ciénega y Fundación para operar su pista de aterrizaje. De este mismo sitió partió la avioneta de Antonio Escobar Bravo con Jaime Bateman Cayón, cabeza visible del grupo M-19, y quienes se estrellaron en la manigua de las selvas de Panamá. José Jorge Daza, villanuevero, Abogado, tenía un periodiquito irreverente, e impertinente quien en sus editoriales atacaba a Nicolás Daza Gobernador del Departamento, estando vigente una disposición que, por irrespeto a la autoridad, se podía apresar a una persona hasta por treinta días. Así que José Jorge, fue detenido y no valieron las mediaciones del Señor Obispo y la sociedad de Santa Marta, habida cuenta que, el Señor Daza, gritaba todos los días desde su celda, que apenas saliera, mataría a Dávila. Este aducía, que, si lo soltaba, sería cadáver y que aspiraba vivir unos días más. Cumplida la sanción, el Gobernador fue personalmente a soltarlo para decirle: “ya usted, cumplió la pena que como autoridad le impuse, puede hacer como hombre, lo que consideré”. Daza, se fue de la ciudad y nunca más volvió. Varios periódicos se sucedieron, “El Federal” en 1.840, “la Gaceta del Estado del Manzanares”, el “telégrafo Oficial”, pero solo quedaron “El Estado” de los hermanos Echeverría y “La Época” de los Ortega Amarís, con avisos publicitarios del jabón Reuter, Tricofero de Barry , para la caída del cabello, la Zarzaparrilla Bristol, las sales Hepáticas, las píldoras del Doctor Ross, el agua mineral de Walter Carroll M, que limpiaba la sangre y curaba el catarro, el asma, la tosferina, la sífilis, seguramente la pecueca y la salida de los cruceros de la Flota Blanca, al resto del mundo.

Joaquin y Luis Garcia Benitez

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