EL BAÚL DE LOS RECUERDOS IV

Por: Pedro Segrera Jaramillo

El hospital de caridad en Santa Marta se inicia en 1.746 por dos religiosos de la orden de San Juan de Dios. Años más tarde el gobernador Pedro Ruiz de Porras, requiere se lo entreguen para destinarlo a guarnición militar y ante la negativa, el Prior es encarcelado. Los curas interponen sus oficios divinos y terrenales, logrando se los devuelvan y en 1.825 el Comandante General de la Provincia, Mariano Montilla designa al Dr. Alejandro Próspero Reverend como médico de la guarnición militar y del Hospital San Juan de Dios. Más tarde se les entrega en administración ese claustro a las monjitas Dominicas de la Presentación de Tous.

Inicialmente los galenos eran de Riohacha y la provincia del Valle de Upar, pero poco a poco, fueron llegando los samarios, egresados de la capital y de la Universidad de Cartagena, quienes se desempeñaron en sus diferentes especialidades con mucha vocación y cariño, por eso, sus nombres merecen quedar impresos en el daguerrotipo del recuerdo. Cabe destacar a Sebastián Pinto y Manuel I. Guardiola, quienes prestaron un invaluable servicio de atención a los damnificados durante las funestas pestes del Cólera, la viruela en 1.864 y la inundación del río Manzanares.  Igual reconocimiento al Dr. Gabriel Angulo y a su hermano Manuel, dos de los hijos del Obispo José Romero con Damasita Angulo. Gabriel se especializó en Paris y estudió además en el conservatorio de música en ésa ciudad. Autor indiscutible del “Helado de leche”, que fuera nuestro danzón predilecto interpretado por la banda “Santa Cecilia “con singular destreza. Orlando Alarcón Montero, pediatra, especializado en París, virtuoso del piano, contemporáneo con Mariano Roca quien perfeccionó sus estudios en los Estados Unidos y Antonio Henríquez Cienaguero, casado con una española de rancio abolengo, apellido Gastelbondo. Arístides García Torres eminente cirujano, casi genio, quien podía operar hasta con los ojos cerrados. Su autosuficiencia era tal, que sufrió un doloroso episodio al oponerse a que su adorada hija con apendicitis, fuera intervenida por uno de sus colegas. La mano del destino cubrió de luto ese instante. Julio Méndez Barreneche, muy reconocido como ginecólogo y en su honor, lleva hoy el hospital su nombre.   Rodrigo y Luis Aurelio Vives Echeverría, padre de Carlos Vives, ambos hermanos del inolvidable Nacho Vives. Luis Gámez del Valle, iluminado a última hora, canta en los coros de las iglesias y Rafael Gonzáles Illidge, ambos ginecólogos.   Eduardo Barreneche, contraviniendo constantemente sus consejos a los pacientes de adelgazar. Alejandro Noriega “pildorita”. Hernando Pacifico, Julio Martínez Adárraga, “Mandrake” y su hermano Numa Pompilio radiólogo, tenía en su consultorio un sobrino con ciertos desequilibrios de actitud. Otoniel Cortina Benavides, de quien decía Titi Alarcón su vecino, que era muy bueno para curar el catarro y la pecueca, con la gran ventaja de que no cobraba. Mario Velásquez Linero, urólogo, Gerente del Seguro Social, orgulloso hijo de Pescaito, Lorenzo Medina, “buche falso”, traumatólogo, cuyos pacientes al tener la desgracia de ser operados en los días vísperas de su cumpleaños, quedaban con las piernas colgadas del techo cinco días, mientras le pasaba el guayabo. El imponente y carismático Hugo Mier Benítez, Bichara Zableth, pediatra descomplicado, a quien mi mujer Aydaluz muy angustiada llevara a nuestro hijo mayor Oscar, encontrándolo jugando dominó una noche en el barrio Postobón, con el Piter Ramírez, Carlos Saade y Armando Abello. Al decirle ella angustiada que el niño tenía dos días sin orinar, le contestó: “mija, y cuál es el problema? no ves que te ahorras los pañales.” Tico Corvacho, alegre y descomplicado, en una ocasión se fue a vivir a Minca con su mujer Cecilia Riascos, ambos acelerados, llegaron al centro en su automóvil Renault 6 azul, discutiendo quien se quedaría con el vehículo, en esas, ambos se bajaron cada uno por su lado, sin percatarse, dejándolo con el motor encendido y al mediodía la policía antiexplosivo se lo llevó en una grúa, pensando que era un carro bomba. Enrique Martínez Robles, quien fuera años director del hospital. Abraham Correa, pediatra a quien le apodaban “Herodes”, seguro injustamente. Lucho Cotes Collante, traumatólogo, acostumbraba mandar a desvestir detrás del biombo hasta a los que le llevaban un domicilio. Abraham Moisés, hermano de la turca Zafira. Martínez Padilla único medico comunista y atropellador y Del Real, especializado en amputación de miembros, menos mal en esa época no habían inventado la motosierra. Otro galeno de izquierda, con su mujer colega de oficio, montó en la calle Cangrejalito una clínica clandestina de abortos con precios bastante rebajados, diagonal a la norte y se llamaba “kikiriki”, como el gallo que canta en la madrugada. Los Bacteriólogos eran Rafael Lafaurie Henríquez, alto y siempre elegante, vestido de lino blanco y sombrero, con estudios en Bruselas. Gustavo Ríos Jaramillo, con extraordinario don de gentes, samario de adopción por su enlace con Himerita Vives y Rafael Cadavid Rubio.

Todos ellos, excelentes profesionales y casi todos con contadas excepciones, tenían una o dos enfermeras de asiento. Los sancochos eran los fines de semana en los barrios, y los enfermos debían esperar. Caso sensible de éste desorden, el de una monja antioqueña, muy bonita, según dicen, se dejó seducir por un médico y por la vergüenza al quedar embarazada no solo colgó los hábitos, sino que se colgó ella en la esquina del pasillo del segundo piso del hospital. Aseguran que su figura penitente ronda en las tardes al igual que otros espectros que se pasean con sus amplios camisones blancos, por las áreas de la antigua Morgue. Debo aclarar a fin de evitar suspicacias, que mis tías Acela y Alicia Jaramillo, de la primera promoción de enfermeras superiores de Cartagena, se salvaron de ser “queridas” porque se encomendaron   al Cristo de la villa de San Benito. Acela atendió con inmenso cariño y dedicación más de cinco mil partos de todos los estratos, ya que la mayoría de las mujeres parían en sus viviendas. Ellas, al vincularse al hospital, trajeron en andas a su hermana menor Maruja, para que siguiera sus estudios y se tropezara con “la Mala Hora”, porque mi papá era muy mujeriego y ella nunca pudo ser feliz.

Insólitamente y de manera extraña, un gobernador bohemio y parrandero, para llamarlo en palabras de buena crianza, José Lacouture Dangond, fue quien mediante decreto prohibió definitivamente el funcionamiento de las casas de lenocinio en la calle de las piedras, originándose su asentamiento en los barrios, sin control alguno. Con el desbarajuste de la huelga bananera y el cierre de operaciones de la United Fruit Company, los buques dejaron de llegar al puerto y la clientela se redujo, hasta que fueron desapareciendo, para darle paso a los moteles y residencias de alquiler de cuartos con abanico, en las zonas cercanas a la bahía. Más, sin embargo, colateral y alternativamente esos reductos de putas alegres fueron apretujándose en burdeles de mayor categoría en sitios de relevancia. El de Carlín de Carlos Lopesierra Manga, que primero se llamaba “El Abrojo” y funcionaba en la Avenida del libertador y trasladándose después   a la calle seis, en pleno corazón de Pescaito. El de Juana Julia, dominicana blanca y hermosa con unos ojazos como esmeraldas, traída a manteles por un señor de apellido Márquez, cachaco que laboraba en la empresa cafetera de míster Fly, montando un putiadero en el barrio Miraflores, Saturia Rojas, se instaló en el cerrito por los alrededores de la urbanización Riascos, que después fuera adquirido por el señor Marcos Hernández dueño de una ferretería en la calle San Francisco, al lado de la de los Lastra. En ése sitio, construyó una vivienda moderna, que más tarde, como para resarcirse de sus pecados anteriores, instalaron unas monjas un convento de clausura de las Hermanas Concepcionistas, dedicadas a tejer y bordar punto en cruz, seguramente sin sospechar los movimientos de sus antiguas compañeras de aposento, sin asomo siquiera de pesadillas atrasadas. Minga Cantillo dueña de “Mi bohío” por los lados del Barrio Olivo. y el de América Pinedo en ese mismo sector, reconocido internacionalmente por los vaporinos que arrimaban al puerto, dando a los taxistas el santo y seña: “please, América, foqui foqui you”. El de Margoth Latorre, con Severo Ceballos, dueño de sus calenturas, en cuyo establecimiento fue asesinado el primero de mayo de 1.955, Pedro Dávila Noguera hijo de don Nicolás Dávila jefe conservador del Magdalena y Teresa Noguera Angulo. Hombre corpulento de presencia impresionante, excesivamente guapo en toda la extensión de la palabra. Lo acompañaban en ese momento en el burdel Víctor Londoño el Notario y Constantino Cantillo. Un agente de policía, vestido de civil, Gallo Gallo, en estado de embriaguez, le disparó al corazón con un arma de dotación oficial.

Carlín y América, tenían el reconocimiento de la sociedad samaria y de los estamentos del Gobierno, dado que allí se llevaban a cabo los festejos de posesión de Gobernadores y Alcaldes, recepciones para la instalación de Concejos y Asambleas. Se invitaban   personalidades llegadas a la ciudad, se agasajaban funcionarios designados por el Gobierno y cuyos costos eran cancelados sin ningún recato con cheques oficiales con cargo a los respectivos presupuestos. Casi todas las actividades políticas, mayorías en las corporaciones públicas, convites de Senadores y Representantes a la Cámara, se fraguaban o terminaban a media luz, entre las botellas de Robertico o Caballito Blanco y las pantaletas y sostenes de las damiselas encargadas de entretener a tan distinguida clientela. Ahí, emborrachaban y ponían a dormir, con la complicidad de las niñas, a más de un Diputado o Concejal incómodo y reacio a conformar una coalición y solo los despertaban después de instalada las respectivas mesas directivas. Ministros y dignidades parqueaban sus vehículos oficiales en las puertas de esos dos burdeles y muchas veces los sorprendía la madrugada, ante el reproche de las beatas en su transitar hacia la misa. Tal vez solo el Obispo se salvaba seguramente de asistir, para evitar las murmuraciones de la feligresía y ovejas mojigatas. Hay que ver cuantos documentos oficiales del Gobierno Nacional y de turno e importantes decisiones se firmaron entre candilejas, senos sin corpiño y arrumes de papel higiénico. Con el tiempo, los altos costos de éstos lugares, la aparición de las discotecas, el libertinaje y la apertura del libre desarrollo de la personalidad, la caída del tabú de las novias señoritas al altar y la aparición del terror y temor al contagio del sida, acabaron con estas casas de amores furtivos. En esos tiempos se preguntaba entonces, si la fiesta era: “donde las mujeres buenas que estaban malas, o las mujeres malas que estaban buenas.”

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