#DatosCuriososEA: El lavados de manos y la historia

Todo el mundo sabe que lavarse las manos es una manera fácil de prevenir enfermedades. Sin embargo, la defensa de esta práctica le costó a un médico su carrera en la década de 1840.

Actualmente, evitar propagar enfermedades como la gripe y el coronavirus, la táctica que probablemente sea menos polémica (y más eficaz) sea lavarse las manos. La OMS recomienda lavarse las manos entre 40 y 60 segundos, pero este consejo no siempre se consideró de sentido común. En el siglo XIX, fue todo un escándalo.

A mediados del siglo XIX, la limpieza personal había seguido ganando consideración entre las clases acomodadas, pero, como recuerda Ward, se le daba una importancia más social que médica, porque se la consideraba un símbolo de estatus.

Haciendo un recorrido por la historia en 1847, el médico húngaro Ignaz Semmelweis  demostró que esta práctica, literalmente, salvaba a muchas personas de la muerte, algo que hoy se da por descontado pero que entonces constituía una novedad. La técnica, no obstante, no se abrió paso en la comunidad científica hasta décadas después, por el rechazo de una parte de sus colegas y por el propio carácter de su inventor, y si bien es cierto que los avances de Semmelweis salvaron muchas vidas, también lo es que arruinaron la suya.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, lavarse las manos se había convertido no ya en una costumbre dictada por los cánones sociales, el decoro o la estética, sino que tenía claramente una base científica. Al mismo tiempo que la figura de Semmelweis era reivindicada, al fin, por la comunidad científica, la idea de la higiene personal dio otro paso adelante vinculado a los efectos de la revolución industrial.

Semmelweis perdió su empleo y terminó sus días en un sanatorio psiquiátrico donde falleció en 1865.

El pobre médico húngaro murió al poco tiempo a raíz de sus investigaciones. Ya había sido raleado por la comunidad científica. En medio de un experimento se inyectó tejido de una necropsia tratando de demostrar su teoría. Una infección generalizada lo mató con velocidad. Aunque hay otra teoría. Debido a la falta de reconocimiento, el doctor enloqueció. Y una mañana, enajenado, ingresó en medio de una autopsia y escarbó con su manos en el cadáver que estaba siendo estudiado, lo que llevó a que terminara en un manicomio. En las dos historias el final es el mismo: semanas después una infección generalizada ponía fin a su vida.

Por una parte, las grandes concentraciones crecían y se consolidaban como puntos de concentración de riqueza; por otra los avances tecnológicos y arquitectónicos permitían que el agua corriente empezara a llegar a los domicilios acomodados y que el cuarto de baño, tal y como lo conocemos, ocupara la función imprescindible que hoy le otorga nuestra cultura. La idea de lavarse las manos adquirió otra dimensión, propia de la población instruida, con la inestimable ayuda, por supuesto, de la publicidad de las marcas de jabón y detergentes.

Sin embargo, a la historia del lavado de manos todavía le queda, por decirlo de algún modo, mucho recorrido. Un estudio realizado entre estudiantes universitarios publicado el 2009 por el American Journal of Infection Control señalaba que tras la micción el 69% de las mujeres y sólo el 43% de los hombres se lavaban las manos; y que antes de comer únicamente lo hacían el 7% de ellas y el 10% de ellos. La guerra que empezó Semmelweis -por utilizar el lenguaje marcial de estos días de coronavirus- aún no está ganada.

Es por ello que, en esta pandemia que se está atravesando, una de las medidas que está al alcance de cada individuo es, una vez más, el de lavarse las manos. A pesar de los avances científicos y del sencillo acceso a la comunicación muchos descubrieron en estos días que aún los que se lavaban las manos no lo hacían de una manera adecuada.

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