AMOR ETERNO

Por: Pedro Segrera Jaramillo

“TENGO MIEDO A QUEDARME,

CON MI DOLOR A SOLAS”

GUSTAVO ADOLFO BECQUER.

Benigno Rodríguez Gómez, nació en otros tiempos, nunca tuvo infancia. Mientras los pelaos de la cuadra, pateaban pelotas en la mitad de la calle durante los interminables aguaceros que desbocaban su furia detrás del colegio Hugo j. Bermúdez, él estaba emparapetado detrás de la ventana, como un ratón de biblioteca. Jamás lo vimos en pantaloneta, camiseta y menos en chancletas. Su atuendo diario, pantalón largo azul turquí, camisa blanca de mangas con puño y botón y unos bien lustrados zapatos negros de cuero. Tampoco aprendió a jugar boliche, ni la lleva o al escondido, cuando se iba la luz por la prima noche. Tenía una risa que semejaba una cascada que le salía en rever, serio en demasía a pesar de su edad, sencillo. Humilde y elemental como el que más, y así recibió su cartón de médico en la Javeriana, y así, con su propia inteligencia como equipaje y no necesitando nada más se fue para los Estados Unidos a especializarse y convertirse en un científico, vinculado a los mejores centros de investigación del estado. En eso estaba, en Cleveland, averiguando con un equipo de expertos, los orígenes, prevención y salida a la siniestra pandemia del coronavirus. Cuando regresaba a Santa Marta, se desprendía de cualquier vanidad por sus méritos, sentándose en el andén de su casa, con los amigos de siempre, como uno más.

En esa calle 18 se anidaba entonces un matriarcado con férula de hierro, que armaba y desarmaba el trajín diario: Remedios la mujer de Titi Alarcón, Tere Viecco con una sonrisa estrepitosa, casada con Juancho Guido el de la farmacia en la placita de San Francisco. Carmen Lllinás de Gómez Bernier y mamá del arquitecto “porcelana negra”. Adelina Roca, siempre callada y temerosa, las señoritas Mier, que se sentaban en sus mecedoras como dos voluminosas estatuas bloqueando la acera, Salvadora Zagarra que semejaba una tierrelita inquieta y Ana Emilia Cormane, casada con “mano de hierro” inspector promiscuo de policía y abuela de Pincho Padilla.

Pero la más severa de todas era sin lugar a dudas, Leticia Ceballos de Arregocés, quien al morir de parto Rosalbina, su hija, crio a su nieta Amalfi Gómez.  Se cerró de negro en riguroso luto y claveteó su vida. Su marido Carlos Arregocés, venido de Riohacha, maestro constructor debió tener estudios académicos de las nuevas tendencias en Europa que reemplazaban la arquitectura colonial y republicana. Diseñó y construyó el edificio de la escuela Industrial, con capiteles neoclásicos y seguramente el Palacio de Justicia, porque el reparto interior y las fachadas, guardan cierta complicidad. Así que, en este daguerrotipo ancestral, tenemos que el padre de Amalfi, madre de Benigno, era Luis Otón Gómez, un prestigioso abogado, que hacía parte de la pléyade de profesionales guajiros que se asentaron en esta ciudad.    Era a la sazón hermano de la siempre recordada Isabel Helena Gómez, directora de la Escuela Magdalena.

Amalfi Gómez, estuvo toda su vida, después de coqueteos en su juventud con la izquierda y haciendo parte de todos los pensamientos en   contra vía a los regímenes que detentaba el poder. Vivió encriptada en un triángulo entre la maraña de las leyes de las que fungía como Magistrada en lo penal, su apasionamiento y vocación   por las matemáticas   dictando clases a los vecinos para rebobinar sus capacidades e inteligencia y su amor eterno e inconmensurable de su único hijo, Beni, a quien hoy le arrebatan de su seno y un rayo miserable le lacera el nido de sus pechos. En momentos como este, decía Voltaire que:” si Dios no existiese, habría que inventarlo”, seguramente para echarle la culpa de este dolor no merecido, o para apoyarse en Él y atrincherarse con las fortalezas que requiere el alma.

Esa mano siniestra del destino, la obliga a recorrer los pasos de su abuela Lety, y se encierra tras los aldabones de su alcoba, para llorar en silencio mudo, con lágrimas secas la partida del hijo, que hoy regresa en cenizas, como una mariposa a posarse una vez más, en el corazón de su madre…para nunca más volver a volar.

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